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"Soy un hombre de armas, un soldado, scout. Paradójicamente, al único de mi especie que admiro, empuñó solamente la palabra, su técnica fue la humildad, su táctica la paciencia y la estrategia que le dio su mayor victoria fue dejarse clavar en una cruz por aquellos que amaba".

“Espíritu Santo, inspírame lo que debo pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, como debo obrar, para el bien de los hombres, de la iglesia y el triunfo de Jesucristo”.

Desde La Trinchera Del Buen Combate en Argentina. Un Abrazo en Dios y La Patria.

14 de abril de 2017

ALMAS DEL PURGATORIO Y 12 PUNTOS SOBRE EL MÁS ALLÁ. LA DIGNIDAD DEL CUERPO HUMANO.

El Señor, como muestra de la Resurrección de su Cuerpo, muestra al apóstol Santo Tomás, la llaga del costado.(Caravaggio).
SAN JOSEMARÍA TENÍA UNA AMISTAD ESPECIAL CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO, HABLABA DE ELLAS DICIENDO: 
«LAS ÁNIMAS BENDITAS DEL PURGATORIO SON 'MIS BUENAS AMIGAS'»
San Josemaría Escrivá Fundador del Opus Dei
Las ánimas benditas del purgatorio. —Por caridad, por justicia, y por un egoísmo disculpable —¡pueden tanto delante de Dios!— tenlas muy en cuenta en tus sacrificios y en tu oración. Ojalá, cuando las nombres, puedas decir: "Mis buenas amigas las almas del purgatorio..." Camino, 571
San Josemaría Escrivá Fundador del Opus Dei
El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que desean identificarse con El. Surco, 889
Si tienes "vida de infancia", por ser niño, has de ser espiritualmente goloso. —Acuérdate, como los de tu edad, de las cosas buenas que guarda tu Madre. 
Y esto muchas veces al día. —Es cuestión de segundos... María... Jesús... el Sagrario... la Comunión... el Amor... el sufrimiento... las ánimas benditas del purgatorio... los que pelean: el Papa, los sacerdotes... los fieles... tu alma... las almas de los tuyos... los Angeles Custodios... los pecadores... Camino, 898
No quieras hacer nada por ganar mérito, ni por miedo a las penas del purgatorio: todo, hasta lo más pequeño, desde ahora y para siempre, empéñate en hacerlo por dar gusto a Jesús. Forja, 1041
Ante el dolor y la persecución, decía un alma con sentido sobrenatural: "¡prefiero que me peguen aquí, a que me peguen en el purgatorio!" Forja, 1046
San Josemaría Escrivá Fundador del Opus Dei

ALMAS DEL PURGATORIO Y 12 PUNTOS SOBRE EL MÁS ALLÁ
1 Hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo -pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -. Anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que le aman. 1 Co 2, 6-9
2 El mismo Dios estará con ellos y enjugará las lágrimas de sus ojos y la muerte no existirá más, ni habrá duelo ni gritos ni trabajo, porque todo esto es ya pasado. Ap 21,3-4. Los elegidos verán el rostro de Dios y llevarán su nombre sobre la frente. No habrá ya noche ni tendrán necesidad de luz de antorchas ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos. Ap 22,4-5
3 El amor humano, el amor de aquí abajo en la tierra cuando es verdadero, nos ayuda a saborear el amor divino. Así entrevemos el amor con que gozaremos de Dios y el que mediará entre nosotros, allá en el cielo, cuando el Señor sea todo en todas las cosas. Ese comenzar a entender lo que es el amor divino nos empujará a manifestarnos habitualmente más compasivos, más generosos, más entregados. Es Cristo que pasa, 166

4 ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde el alma? ¿Qué aprovecha al hombre todo lo que puebla la tierra, todas las ambiciones de la inteligencia y de la voluntad? ¿Qué vale esto, si todo se acaba, si todo se hunde, si son bambalinas de teatro todas las riquezas de este mundo terreno; si después es la eternidad para siempre, para siempre, para siempre? Mienten los hombres, cuando dicen para siempre en cosas temporales. Sólo es verdad, con una verdad total, el para siempre cara a Dios; y así has de vivir tú, con una fe que te ayude a sentir sabores de miel, dulzuras de cielo, al pensar en la eternidad que de verdad es para siempre. Amigos de Dios, 200
5 Mirad: lo que hemos de pretender es ir al cielo. Si no, nada vale la pena. Para ir al cielo, es indispensable la fidelidad a la doctrina de Cristo. Para ser fiel, es indispensable porfiar con constancia en nuestra contienda contra los obstáculos que se oponen a nuestra eterna felicidad. Es Cristo que pasa, 76
6 Frecuentemente nos habla el Señor del premio que nos ha ganado con su Muerte y su Resurrección. Yo voy a preparar un lugar para vosotros. Y cuando habré ido, y os haya preparado lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros. El Cielo es la meta de nuestra senda terrena. Jesucristo nos ha precedido y allí, en compañía de la Virgen y de San José —a quien tanto venero—, de los Angeles y de los Santos, aguarda nuestra llegada. Amigos de Dios, 220
En la hora de la tentación, ejercita la virtud de la Esperanza, diciendo: para descansar y gozar, una eternidad me aguarda; ahora, lleno de Fe, a ganar con el trabajo, el descanso; y, con el dolor, el goce... ¿Qué será el Amor, en el Cielo?. Mejor aún, ejercita el Amor, reaccionando así: quiero dar gusto a mi Dios, a mi Amado, cumpliendo su Voluntad en todo..., como si no hubiera premio ni castigo: solamente por agradarle. Forja, 1008

8 “Este hombre se muere. Ya no hay nada que hacer... Fue hace años, en un hospital de Madrid. Después de confesarse, cuando el sacerdote le daba a besar su crucifijo, aquel gitano decía a gritos, sin que lograsen hacerle callar:
—¡Con esta boca mía podrida no puedo besar al Señor!
—Pero, ¡si le vas a dar un abrazo y un beso muy fuerte en seguida, en el Cielo!
...¿Has visto una manera más hermosamente tremenda de manifestar la contrición? Via Crucis, III Estación
9 ¡Cómo amaba la Voluntad de Dios aquella enferma a la que atendí espiritualmente!: veía en la enfermedad, larga, penosa y múltiple (no tenía nada sano), la bendición y las predilecciones de Jesús: y, aunque afirmaba en su humildad que merecía castigo, el terrible dolor que en todo su organismo sentía no era un castigo, era una misericordia.
—Hablamos de la muerte. Y del Cielo. Y de lo que había de decir a Jesús y a Nuestra Señora... Y de cómo desde allí "trabajaría" más que aquí... Quería morir cuando Dios quisiera..., pero —exclamaba, llena de gozo— ¡ay, si fuera hoy mismo! Contemplaba la muerte con la alegría de quien sabe que, al morir, se va con su Padre. Forja, 1034

Los hombres —ha ocurrido siempre en la historia— coaligan sus vidas, para cumplir una misión y un destino colectivos. ¿Valdrá menos, para los hombres y las mujeres de hoy, el “único destino” de la felicidad eterna?
10 Suelo afirmar que tres son los puntos que nos llenan de contento en la tierra y nos alcanzan la felicidad eterna del Cielo: un fidelidad firme, delicada, alegre e indiscutida a la fe, a la vocación que cada uno ha recibido y a la pureza. El que se quede agarrado a las zarzas del camino —la sensualidad, la soberbia...—, se quedará por su propia voluntad y, si no rectifica, será un desgraciado por haber dado la espalda al Amor de Cristo” Amigos de Dios, 187
11 Los hombres —ha ocurrido siempre en la historia— coaligan sus vidas, para cumplir una misión y un destino colectivos. —¿Valdrá menos, para los hombres y las mujeres de hoy, el “único destino” de la felicidad eterna? Surco, 729
12 En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones. Es Cristo que pasa, 126
San Josemaría Escrivá Fundador del Opus Dei
PUNTOS CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
"Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de Jesús. Prólogo
El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar (...) CIC, 27

Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia celestial, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios como Él es, y participan también, ciertamente en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza. CIC, 1053
El Señor, como muestra de la Resurrección de su Cuerpo, muestra al apóstol Santo Tomás, la llaga del costadoMuseo del Prado
LA DIGNIDAD DEL CUERPO HUMANO
— La resurrección de los cuerpos, declarada por Jesús.
— Los cuerpos están destinados a dar gloria a Dios junto con el alma.
— Nuestra filiación divina, iniciada ya en el alma por la gracia, será consumada por la glorificación del cuerpo.
I. La liturgia de la Misa de este domingo propone a nuestra consideración una de las verdades de fe recogidas en el Credo, y que hemos repetido muchas veces: la resurrección de los cuerpos y la existencia de una vida eterna para la que hemos sido creados. LaPrimera lectura1 nos habla de aquellos siete hermanos que, junto con su madre, prefirieron la muerte antes que traspasar la Ley del Señor. Mientras eran torturados, confesaron con firmeza su fe en una vida más allá de la muerte: Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.
Otros lugares del Antiguo Testamento también expresan esta verdad fundamental revelada por Dios. Era una creencia universalmente admitida entre los judíos en tiempos de Jesús, salvo por el partido de los saduceos, que tampoco creían en la inmortalidad del alma, en la existencia de los ángeles y en la acción de la Providencia divina2. En el Evangelio de la Misa3 leemos cómo se acercaron a Jesús con la intención de ponerle en un aprieto. Según la ley del levirato4, si un hombre moría sin dejar hijos, el hermano estaba obligado a casarse con la viuda para suscitar descendencia. Así –le dicen a Jesús– ocurrió con siete hermanos: Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. Les parecía que las consecuencias de esta ley provocaban una situación ridícula a la hora de poder explicar la resurrección de los cuerpos.
Jesús deshace esta cuestión, frívola en el fondo, reafirmando la resurrección y enseñando las propiedades de los cuerpos resucitados, La vida eterna no será igual a esta: allí no tomarán ni mujer ni marido..., pues son iguales a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y, citando la Sagrada Escritura5, pone de manifiesto el grave error de los saduceos, y argumenta: No es Dios de muertos, sino de vivos; todos viven para Él. Moisés llamó al Señor Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob, que hacía tiempo que habían muerto. Por tanto, aunque estos justos hayan muerto en cuanto al cuerpo, viven con verdadera vida en Dios, pues sus almas son inmortales, y esperan la resurrección de los cuerpos6. Los saduceos ya no se atrevían a preguntarle más.
Los cristianos profesamos en el Credo nuestra esperanza en la resurrección del cuerpo y en la vida eterna. Este artículo de la fe «expresa el término y el fin del designio de Dios» sobre el hombre. «Si no existe la resurrección, todo el edificio de la fe se derrumba, como afirma vigorosísimamente San Pablo (cfr. 1 Cor 15). Si el cristiano no está seguro del contenido de las palabras vida eterna, las promesas del Evangelio, el sentido de la Creación y de la Redención desaparecen, e incluso la misma vida terrena queda desposeída de toda esperanza (cfr. Heb 11, l)»7. Ante la atracción de las cosas de aquí abajo, que pueden aparecer en ocasiones como las únicas que cuentan, hemos de considerar repetidamente que nuestra alma es inmortal, y que se unirá al propio cuerpo al fin de los tiempos; ambos –el hombre entero: alma y cuerpo– están destinados a una eternidad sin término. Todo lo que llevemos a cabo en este mundo hemos de hacerlo con la mirada puesta en esa vida que nos espera, pues «pertenecemos totalmente a Dios, con alma y cuerpo, con la carne y con los huesos, con los sentidos y con las potencias»8.
II. La muerte, como enseña la Sagrada Escritura, no la hizo Dios; es pena del pecado de Adán9. Cristo mostró con su resurrección el poder sobre la muerte: mortem nostram moriendo destruxit et vita resurgendo reparavit, muriendo destruyó nuestra muerte, y resurgiendo reparó nuestra vida, canta la Iglesia en el Prefacio pascual. Con la resurrección de Cristo la muerte ha perdido su aguijón, su maldad, para tornarse redentora en unión con la Muerte de Cristo. Y en Él y por Él nuestros cuerpos resucitarán al final de los tiempos, para unirse al alma, que, si hemos sido fieles, estará dando gloria a Dios desde el instante mismo de la muerte, si nada tuvo que purificar.
Resucitar significa volver a levantarse aquello que cayó10, la vuelta a la vida de lo que murió, levantarse vivo aquello que sucumbió en el polvo. La Iglesia predicó desde el principio la resurrección de Cristo, fundamento de toda nuestra fe, y la resurrección de nuestros propios cuerpos, de la propia carne, de «esta en que vivimos, subsistimos y nos movemos»11. El alma volverá a unirse al propio cuerpo para el que fue creada. Y precisa el Magisterio de la Iglesia: los hombres «resucitarán con los propios cuerpos que ahora llevan»12. Al meditar que nuestros cuerpos darán también gloria a Dios, comprendemos mejor la dignidad de cada hombre y sus características esenciales e inconfundibles, distintas de cualquier otro ser de la Creación. El hombre no solo posee un alma libre, «bellísima entre las obras de Dios, hecha a imagen y semejanza del Creador, e inmortal porque así lo quiso Dios»13, que le hace superior a los animales, sino un cuerpo que ha de resucitar y que, si se está en gracia, es templo del Espíritu Santo. San Pablo recordaba frecuentemente esta verdad gozosa a los primeros cristianos: ¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros?14.
Nuestros cuerpos no son una especie de cárcel que el alma abandona cuando sale de este mundo, no «son lastre, que nos vemos obligados a arrastrar, sino las primicias de eternidad encomendadas a nuestro cuidado»15. El alma y el cuerpo se pertenecen mutuamente de manera natural, y Dios creó el uno para el otro. «Respétalo –nos exhorta San Cirilo de Jerusalén–, ya que tiene la gran suerte de ser templo del Espíritu Santo. No manches tu carne y si te has atrevido a hacerlo, purifícala ahora con la penitencia. Límpiala mientras tienes tiempo»16.
III. La altísima dignidad del hombre se encuentra ya presente en su creación, y con la Encarnación del Verbo, en la que existe como un desposorio del Verbo con la carne humana17, llega a su plena manifestación. Cada hombre «ha sido comprendido en el misterio de la redención, con cada uno ha sido unido Cristo, para siempre, por parte de este misterio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre, y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza de Dios mismo»18.
Enseña Santo Tomás que nuestra filiación divina, iniciada ya por la acción de la gracia en el alma, «será consumada por la glorificación del cuerpo (...), de forma que así como nuestra alma ha sido redimida del pecado, así nuestro cuerpo será redimido de la corrupción de la muerte»19. Y cita a continuación las palabras de San Pablo a los filipenses: Nosotros somos ciudadanos del Cielo, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro humilde cuerpo conforme a su Cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas20. El Señor transformará nuestro cuerpo débil y sujeto a la enfermedad, a la muerte y a la corrupción, en un cuerpo glorioso. No podemos despreciarlo, ni tampoco exaltarlo como si fuera la única realidad en el hombre. Hemos de tenerlo sujeto mediante la mortificación porque, a consecuencia del desorden producido por el pecado original, tiende a «hacernos traición»21.
Es de nuevo San Pablo el que nos exhorta: Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo22. Y comenta el Papa Juan Pablo II: «La pureza como virtud, es decir, capacidad de mantener el propio cuerpo en santidad y respeto (cfr. 1 Tes 4, 4), aliada con el don de piedad, como fruto de la inhabitación del Espíritu Santo en el templo del cuerpo, realiza en él una plenitud tan grande de dignidad en las relaciones interpersonales, que Dios mismo es glorificado en él. La pureza es gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo humano»23.
Nuestra Madre Santa María, que fue asunta al Cielo en cuerpo y alma, nos recordará en toda ocasión que también nuestro cuerpo ha sido hecho para dar gloria a Dios, aquí en la tierra y en el Cielo por toda la eternidad.
1 2 Mac 7, 1-2; 9-14. — 2 Cfr. J. DheillyDiccionario bíblicovoz Saduceos, p. 921. —3 Lc 20, 27-38. — 4 Cfr. Dt 25, 5 ss. — 5 Ex 3, 2; 6. — 6 Cfr. Sagrada BibliaSantos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Lc 20, 27-40. — 7 S. C. para la Doctrina de la FeCarta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología. 17-V-1979. — 8 San Josemaría EscriváAmigos de Dios, 177. — 9 Cfr. Rom 5. 12. — 10Cfr. San Juan DamascenoSobre la fe ortodoxa, 27. — 11 Cfr. J. Ibáñez-F. MendozaLa fe divina y católica de la Iglesia, Magisterio Español, Madrid 1978. nn. 7, 216 y 779. — 12 Ibídem. — 13 San Cirilo de JerusalénCatequesis, IV, 18. — 14 1 Cor 6, 19. —15 Cfr. R. A. KnoxEl torrente oculto, Rialp, Madrid 1956, p. 346. — 16 San Cirilo de JerusalénCatequesis, IV, 25. — 17 TertulianoSobre la resurrección, 63. — 18 Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, 13. — 19 Santo TomásComentario a la Carta a los Romanos, 8, 5. — 20 Flp 3, 21. — 21 Cfr. San Josemaría EscriváCamino, n. 196 — 22 1 Cor 6, 20, — 23 Juan Pablo IIAudiencia general 18-III-1981.
El Señor, como muestra de la Resurrección de su Cuerpo, muestra al apóstol Santo Tomás, la llaga del costado.
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