SU CORAZÓN INCORRUPTO Y EL HACHA DEL MARTIRIO ESTÁN EN LA CAPILLA DE LOS MÁRTIRES EN EL COLEGIO DE CRISTO REY, ASUNCIÓN, PARAGUAY
SAN ROQUE GONZÁLEZ DE SANTACRUZ
Misiones jesuíticas guaraníes: San Ignacio Miní, Santa Ana, Nuestra Señora de Loreto y Santa María la Mayor (Argentina), Ruinas de São Miguel das Missões (Brasil) |
Nombre descrito en la Lista del Patrimonio de la Humanidad |
Reducción jesuítica de San Ignacio Miní, en la antigua provincia jesuítica del Paraguay, actual provincia argentina de Misiones (Argentina). |
Roque González y sus compañeros en el martirio.
PP Alonso Rodríguez, y Juan de Castillo, mártires de Caaró
Primeros mártires de las regiones americanas del Río de la Plata. San Roque González de Santa Cruz nació en Asunción del Paraguay. Fundó 10 reducciones o pueblos en las famosas reducciones guaraníticas del Paraguay. Uno de esos pueblos fue la actual Yapeyú, cuna del Libertador General San Martín. Los tres sacerdotes –pertenecientes a la Compañía de Jesús– fueron muertos por los secuaces de un indio hechicero. Roque González, de 52 años, y su compañero Alfonso Rodríguez, murieron en la reducción de Todos los Santos del Caaró, el 15 de noviembre de 1658, y Juan del Castillo, dos días después en el pueblo de Asunción de Ijuhí. Los tres mártires fueron canonizados en 1988 por Juan Pablo II durante su visita apostólica al Paraguay.
San Roque González de Santa Cruz nació en Asunción del Paraguay. Fundó 10 reducciones o pueblos en las famosas reducciones guaraníticas
Nació, Roque, el mártir rioplatense, en un hogar religioso y cumplidor de sus deberes; no podía esperarse entonces sino piedad y virtud en este niño que hacía su primera, valiosa escuela en el hogar de sus honrados mayores; había en él, desde muy pequeño señales indiscutibles de que la Providencia le tenía reservado un destino superior. Gustaba de retirarse dicen sus biógrafos, en compañía de sus amigos, niños como él, a hacer oración, como ha oído decir que hacían los hombres de Dios antes de acometer la empresa que había de serle propia, según lo decía en los sermones el orador de los domingos en la primera iglesia del Paraguay.
Relicario que contiene el corazón disecado del Santo Roque González
No había con qué hacer más breves las noches asuncenas sino leyendo viejos libros de los pocos que se había logrado introducir en la aventurada expedición al Paraguay. En casa de Roque se leía la Vida de los Santos, donde hallaban fortaleza y serenidad para afrontar con valor cristiano el trozo de vida que tocaba a cada uno. Había escuchado Roque González la historia deslumbrante que se venía haciendo del “Patrón de las Misiones”, Francisco Javier que hizo conocer a Dios en las tierras del imperio amarillo; cómo había sabido retirarse a buscar fuerzas en la oración, orientación en sus dudas y consuelo en sus dolores, y sobre todo, fortaleza para bien morir con el dulce nombre de Jesús en los labios. Todo lo recordaba Roque; que había andado y sufrido mucho, pero que también había logrado el anhelado premio a sus afanes al llevar la fe tan lejos.
Cuando se acercaba ese tiempo litúrgico se preparaba íntimamente Roque para celebrar una Navidad propia, que adquiría brillo y fuego en lo recóndito de su alma; una fiesta de Navidad como la que había enseñado a hacer el pobrecito de Asís, nacido en Umbría hacia muchísimos años, que fue quien llenó de los llamados “pesebres” las campiñas, los portales de las ciudades y aún las alcobas de los esposos cristianos.
El corazón de San Roque
El cacique Ñesu se asustó al ver que el corazón continuaba vivo, y luego de esuchar el milagroso mensaje que les dio, tomó su arco y le asestó una flecha, en un intento desesperado de desaparecerlo definitivamente.
Memorando estos nacimientos y entonando bellísimos glorias enseñaba Roque González a sus amiguitos, lo que significaba aquello de: “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad...”. En sus infantiles fugas a los bosquecillos cercanos repetía a sus compañeros de juego —que jugaban a conquistadores y capitanes— los bellos sermones del último domingo donde la palabra encendida parecía quemar los labios del predicador, que llegaba a momentos de exaltación, con fuerza y velocidad, enseñando un pasaje destacado, magistral e inolvidable; Roque, cuya memoria joven lo llevaba íntegro a réprisarlo en sus juegos, lo imitaba.
Roque era un niño que prometía destacadas empresas espirituales, hablaba y leía fluidamente, cantaba con voz bien timbrada y modulando como lo hacían en el coro al que concurría a prestar su concurso, donde hacía de tiple, acompañando la voz célica de los violines y el dramático y vivo son de las flautas, en los domingos festivos, en los que el oficio divino adquiría con el incienso, el boato y las voces, una cualidad propicia a la elevación humana, a un acercamiento con Dios. Los neumas que contenía el tetragrama y las denominaciones que impusiera cinco siglos antes Guido de Arezzo, estaban en uso en toda la cristiandad, incluso con el poco vocalizable Ut, que iniciaba el himno de las salmodias.
Roque González, vistiendo ropa monacal menor -monaguillo decimos hoy- leía en ruedo en el gran libro del coro, donde lo hacían todos los de la misma voz, dando expresión a los signos pirograbados en cuero, indelebles, de una página perenne como los versos que cantaban las glorias del Hacedor, o entonaban el Paternóster después de iniciarlo el misacantano. Roque González participaba de estas formas embellecedoras del culto y lo hacía con pureza y exactitud; reclamaba como lo haría un instrumento “ben atemperato” como exclamaba la partitura pulida en sus detalles para que el arte también sirviera como un cirio luminoso y vivo a honrar a Dios.
Roque González, niño, en sus horas libres jugaba; jugaba a ser misionero, pacificador de hombres, fundador de pueblos; su vocación ya se manifestaba, por eso intuía que era hora de ensayar su futura actuación en esos juegos con sus compañeritos; que eran para él, positivos ensayos de firmes pasos en lo futuro, un futuro no lejano, por cierto. Cuando cortaba palillos para hacer torres y cercas y capillas con suave techo de pasto, delineaba ya futuras reducciones.
SAN ROQUE GONZÁLEZ DE SANTACRUZ, ALONSO RODRÍGUEZ Y JUAN DEL CASTILLO MÁRTIRES.
FRANCISCANOS Y JESUITAS
La primera influencia que recibió en religión Roque González, fue de los franciscanos, aunque había también en la ciudad dominicos y mercedarios, arribados con los primeros expedicionarios. Estos formaron en las proximidades de Asunción las primeras “doctrinas” o pueblos, (1) dándoles nombres nativos en la gran mayoría de los casos. La hermandad franciscana trajo al Paraguay hombres ilustres, como fray Alonso de Buenaventura y fray Luis Bolaños, que conoció de chico a Roque González y fue su maestro, citando solamente dos entre tantos que merecen recuerdo.
PERSONALIDAD DE ROQUE GONZALEZ
Roque González es parte de nuestra epopeya, comparte con Hernandarias una emprendedora, ejemplar época en la cual se programaba una civilización y se proponía como meta el progreso y la luz de la fe; ambas conformando las estructuras físicas y espirituales necesarias para ambientar al hombre sobre la tierra. La obra de Roque González en el antiguo Paraguay —hoy confraternidad de cuatro países— es comparable a las misionales de India, China y Japón donde es preponderante la figura de San Francisco Javier, patrono de misiones. El padre José María Blanco en su monumental obra, dice de Roque: “Es el más grande de los misioneros de aquella raza”.
Hacha con que asesinaron a San Roque
Fue en verdad un obrero de Dios; perfecto en todas las virtudes; estaba cerca de la santidad. El Dr. Gerónimo Irala Burgos, en su reciente ensayo, que integra el volumen conmemorativo del IV Centenario, expresa esta síntesis de su mística motivación: “Sus tres grandes amores fueron Cristo en la Eucaristía, la Santa Cruz y la Santísima Virgen”. Roque González era un místico, en verdad, de allí que vemos en él una fisonomía superior; se insinúa en él cierta sobrenaturalidad; trasciende su personalidad una excelencia de virtudes teologales, que arrancando del camino de la ascética accede a lo místico. Roque González era un místico paraguayo, lo cual en propiedad es decir un místico rioplatense, cuyo destello ejemplar honra a estos cuatro países que lo comprenden; es una estrella en nuestro firmamento. La Gloria de Roque González —dice A. Rolón Medina— es otro de los timbres que el Paraguay exhibe en mérito de los nacidos en su tierra y en prestigio de la estirpe creadora que acuna el corazón de América (1).
Roque González, ha logrado mucho para la mies del Señor y para el bien de nuestros pueblos, es por encima de nuestras fronteras el número integracional; un faro que ilumina el camino y el progreso de nuestra confraternidad americana; pues Roque, como Moisés, es amado de Dios, de los hombres y de los pueblos del nuevo mundo. Roque González amanza, civiliza, vincula, al decir de Justo Pastor Benítez, “y como todo apóstol recorre las tres clásicas estaciones. Vocación, dedicación y martirio”.
Roque González de Santa Cruz.
En su mano el corazón, que se conserva incorrupto
en la actual Capilla de Mártires de Asunción. Colegio Cristo Rey
La personalidad de Roque González es de tal categoría —dice el presbítero Antonio González Dorado— que se le puede presentar como símbolo vivo y acabado, la síntesis de las virtudes y cualidades más señeras de la generación que le correspondió vivir”; es decir, es una antorcha viva en la trayectoria de los pueblos de América, capaz de iluminar la senda prístina de su descollante destino.
1) “Arquetipos de la Raza”.
LA PRIMERA FUNDACIÓN
Roque González organiza, da orden y estructura urbana a la población de San Ignacio, recibida de sus fundadores, religiosos jesuitas, en las misiones del Paraguay. Resulta interesante señalar cuál ha sido la primera fundación realizada por el beato, que según seria documentación, ha sido la de Itapúa, hoy ciudad de Encarnación. Esta fundación tuvo origen legal en la licencia concedida a Roque, por su hermano el Teniente de Gobernador de la Asunción, Francisco González de Santa Cruz, autorizándolo a fundar reducciones; este documento tiene fecha 23 de febrero de 1615, Roque González llegó a Itapúa el 24 de marzo —día de San Gabriel Arcángel— para establecer la fundación, el día siguiente, 25 de marzo, día de “La Encarnación de Nuestra Señora”, lo que realiza mi sitio de la ribera del Paraná en el cual había plantado una cruz en viaje de reconocimiento efectuado a fines de 1614. en este lugar Roque conoció al cacique Itapúa, con quien tuvo gran amistad 1), imponiendo su nombre a la comarca. Este cacique que moraba en las colinas de Pacú-cuá, mostró a Roque el itacuá-mí, cueva natural ubicada en la falda de una de esas colinas; junto al Paraná, la cual aún hoy puede verse, entre los puertos de Pacu-cuá y Encarnación
Los indios de este lugar —señala Nicolás del Techo- tenían embarcaciones y hacían buen uso de ellas, constituyendo su principal medio de comunicación y movilidad. En éste lugar Roque González concretó su primera fundación 2). De allí pasó el padre Roque hasta la laguna de Santa Ana donde reuniendo trescientos indios hablándoles en su idioma logra fundar la reducción de ese nombre, en el mismo año de 1615; la tercera fundación fue la de Yaguapóa, más abajo de Itapúa, en la ribera del Paraná; lugar hoy denominado Ayolas donde tuvo su anterior asiento San José. Roque González fundó más tarde ocho pueblos más. De ellos nos ocuparemos en el libro segundo concretamente.
1) Ver: “Itapúa”, de Isidoro Calzada.
2) “Antecedentes Históricos de Encarnación de Itapúa”; del autor.
SAN ROQUE GONZÁLEZ DE SANTACRUZ y su corazón inmortal
Grande influencia recibió Roque, de Bolaños, que fue su mentor en algunos momentos, Roque ya en la vida religiosa más tarde, pudo visitar a este santo varón que fue el primero que comprendió cabalmente el idioma guaraní, llegando en año 1603 a ver aprobado en el Sínodo de Lima el catecismo que había escrito para facilitar la evangelización de los aborígenes Roque González había leído este trabajo en sus estudios, estaba escrito en un guaraní fluido y elegante, claro, preciso en sus acepciones; tomado directamente del uso y significado que le daban los guaraníes, aquella raza predispuesta a la civilización que los españoles hallaron, casi diríamos “aguardándolos” en la bahía de los Carios.
Santos Roque de Santa Cruz,Alonso Rodriguez y Juan del Castillo
Fuente:
http://www.portalguarani.com/931_tomas_l_mico/20537_roque_gonzalez_de_santa_cruz__por_tomas_l_mico.html
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