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"Soy un hombre de armas, un soldado, scout. Paradójicamente, al único de mi especie que admiro, empuñó solamente la palabra, su técnica fue la humildad, su táctica la paciencia y la estrategia que le dio su mayor victoria fue dejarse clavar en una cruz por aquellos que amaba".

“Espíritu Santo, inspírame lo que debo pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, como debo obrar, para el bien de los hombres, de la iglesia y el triunfo de Jesucristo”.

Desde La Trinchera Del Buen Combate en Argentina. Un Abrazo en Dios y La Patria.

29 de noviembre de 2012

LA ÚNICA PUERTA QUE ESTÁ SIEMPRE CERRADA ES LA DEL INFIERNO


Se me ocurrió de repente. Me sorprendió la pregunta, pero mucho más la respuesta.

Un alumno de segundo de ESO (educación secundaria obligatoria) mantenía una puerta cerrada y no quería que nadie saliese de la clase. 

Me vino a la mente esta pregunta:

- ¿A qué no sabes cuál es la única puerta que está siempre cerrada?

Y me respondió sin dudarlo: - ¡La del infierno!

En seguida me vino a la memoria la frase de Benedicto XVI donde afirma que la Puerta de la Fe está siempre abierta.

Pero el umbral de esa puerta sólo se termina de cruzar cuando dejamos este mundo. Una vez terminada nuestra existencia, nuestro destino está ya decidido para siempre. Si hemos tenido Fe -es decir, si hemos acogido el don que Dios a todos quiere conceder- entonces habremos cruzado esa puerta defnitivamente. Si por el contrario hemos despreciado ese don, entonces ya no podremos volver atrás.

Hay dos razones distintas y complementarias para explicar que la puerta del infierno esté siempre cerrada.

La primera es que quienes se encuentran en ese estado de infelicidad eterna al que llamamos infierno, no quieren salir de él. Todos ellos han cometido un pecado "imperdonable", es decir, irremediable: rechazar la salvación que les ha sido ofrecida. Esta razón vale tanto para los demonios como para las almas de los condenados. Dios respeta la libertad de las personas: el infierno es una "autocondenación".

La segunda razón es complementaria. El Cielo de los hombres no es el mismo que el de los ángeles. Para nosotros existe una salvación única y comunitaria que consiste en ser Cristo, en formar un solo cuerpo con Él, en ser la Carne o Esposa de Cristo. Quien rechaza la salvación queda fuera del Cuerpo, como los sarmientos una vez podados y separados de la vid.

Hay una parábola de Jesús en la que se aprecia mejor esta realidad. Mientras las vírgenes prudentes guardaron el aceite de las lámparas y recibieron al Esposo y entraron con él en la casa y "se cerró la puerta" (Mt 25, 10), las necias en cambio se quedaron fuera de la casa y cuando quisieron entrar encontraron la puerta cerrada: "Al fin llegaron también las otras vírgenes, diciendo: '¡Señor, Señor, ábrenos!' Pero él respondió: 'en verdad os digo que no os conozco'" (Mt 25, 11-12).

Entramos en el cielo como Esposa de Cristo e Hijos de Dios, formando una sola Carne con el Hijo. Dios Padre nos ve y nos conoce. Después de la muerte, no es posible volver atrás. En realidad, tampoco sería posible durante la vida, puesto que "lo hecho, hecho está"... pero por la misericordia de Dios éste es un tiempo de penitencia y de misericordia. La puerta de la fe está siempre abierta, mientras peregrinamos en esta vida.

Lo más temible es la posibilidad real de encerrarnos en nuestro pequeño mundo. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el único pecado que no se perdona ni en este mundo ni en el venidero. No se perdona porque quien lo comete no quiere de ninguna manera ser perdonado. Se trataría de una puerta eternamente cerrada, porque el inquilino no quiere abrirla... de ninguna manera y bajo ningún pretexto.

Es famosa la anécdota que se cuenta de Miguel Ángel. Al parecer, un cardenal había manifestado su desagrado ante el Juicio Final representado en la capilla Sixtina. Probablemente habría otros motivos, pero el caso es que Miguel Ángel se atrevió a pintar a ese personaje entre los condenados y en lo más profundo del infierno. El hecho llegó a oídos del eclesiśatico, quien indignado acudió al Papa para que corrigiera esa afrenta y obligara al pinto a enmendar ese agravio.

El Papa le preguntó: - ¿Dónde dice que le ha pintado?

- ¡En el infierno!, respondió el cardenal.

Entonces el Papa le dijo: - Lo siento, no puedo hacer nada..., ¡porque del infierno es imposible salir!
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