“Mi vida es muy complicada, estoy siempre acelerado: el trabajo, los traslados, las presiones, las clases, los niños, los imprevistos…. ya no me cabe nada más, no tengo tiempo ni para… ¿Cómo rezar cuando no tengo tiempo para nada?”
Quien se interroga así reconoce que le está faltando algo
que necesita, se siente insatisfecho. Tiene sed de Dios. La pregunta
presupone el deseo de orar y de encontrar una solución. Aunque siempre
es algo incómodo que te respondan a una pregunta con otra pregunta, le
respondería con tres preguntas: ¿De verdad no tienes tiempo? ¿Puedes
hacerte un espacio? ¿Quieres?
Tiempo y libertad
Quien se formula la pregunta: “¿Cómo rezar cuando no tengo tiempo para nada?”, pone sobre la mesa su tiempo y su libertad. Son estos, el tiempo y la libertad, dos talentos particularmente valiosos que todos los seres humanos hemos recibido de manera gratuita. Es buena cosa detenerse a contemplarlos. Preguntarnos delante de Dios sobre cómo los estamos empleando. La parábola de los talentos (Mt 25, 14-30) se refiere a todos los regalos que hemos recibido de nuestro Creador y Redentor: la vida, la fe, la familia, los amigos, la inteligencia, las propias habilidades, los bienes materiales, etc.
Tal vez lo que se nos ha olvidado hacer es preguntárselo a Él: “¿cómo quieres que rece, Señor, cuando no tengo tiempo para nada?” Y, formulada así, esta pregunta nos avergüenza. ¿Cómo decirle a quien nos ha regalado todo el tiempo de nuestra vida, y la libertad para escoger cómo emplearlo: “no tengo tiempo para ti”? La lógica de un niño concluiría enseguida: “No es justo”. Pero Jesús es sincero al regalarnos día a día la libertad: ha querido entablar con nosotros no una relación de justicia, sino de amistad y de amor. “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis.” (Mt 10,8)
Grados de ocupación
Podríamos hacer una clasificación básica de las personas (sin duda incompleta) por “grados de ocupación”. Ve si te encuentras en una de estas categorías o define la tuya propia. Para no alargarnos, en este artículo comentaré sólo la primera categoría. Pronto seguiremos con las demás.
1. Los que objetivamente no tienen tiempo disponible y no pueden tenerlo.
Pienso por ejemplo en una madre de familia con hijos pequeños. Su atención está totalmente absorta en los niños; ocupa las 24 horas del día en sus necesidades y obligaciones básicas, de sobrevivencia. Pienso también en quien trabaja 12 horas diarias, la distancia entre su casa y el trabajo es larga, sus hijos son todos chicos… Estas personas tienen la jornada llena. Su tiempo no les pertenece.
Difícilmente pueden encontrar espacios de paz y tranquilidad. Lo que más quisieran sería comenzar el día con 30 minutos de tranquilidad, sin interrupciones. Pero es imposible, no los encuentran ni al inicio del día ni en ningún otro momento. Son los primeros en sufrirlo. Su vida es muy sacrificada.
Estas personas pueden ofrecer a Dios lo que hacen y elevar la mente y el corazón a Él en diversos momentos a lo largo del día. Bastará acordarse de Jesús, hacer memoria del Creador, ofrecerle su cansancio, decirle “gracias” mientras disfrutan la sonrisa de su bebé, pedirle perdón cuando pierden la paciencia en el trabajo, o decirle “bendito seas” cuando el sol se ponga cada día con su estilo propio. Cuando comienzan la jornada o al acostarse pueden hacer la señal de la cruz con un profundo sentido de alabanza, súplica, gratitud y ofrecimiento. Y si encuentran un momento de tranquilidad y silencio, disfrutarlo en intimidad con Dios.
Conozco personas que se turban porque antes dedicaban más tiempo a la oración y ahora no pueden. Es importante que acepten la etapa en que se encuentran, que sepan adaptarse, que la vivan con mucha paz interior y la disfruten.
La semana pasada reflexionamos sobre el problema que la falta de tiempo nos plantea ante nuestra sed de Dios, que se concreta en esa necesidad de orar más y/o mejor. Propusimos una clasificación básica de las personas por “grados de ocupación” y comentamos la primera categoría: “Los que objetivamente no tienen tiempo disponible y no pueden tenerlo”. Ahora vamos a la segunda categoría:
2. Los que tienen sus jornadas comprometidas, pero pueden administrar libremente el empleo de su tiempo, al menos en parte.
Conforme al ritmo de vida actual se llenan los días y las
semanas de compromisos y actividades. Algunas son necesarias, otras no.
Muchas de las cosas que hacen son opcionales, las hacen por gusto, por
generosidad, por costumbre o tal vez incluso por presión social, y
atiborran sus jornadas de ocupaciones como un embutido. Además de sus
obligaciones y deberes básicos (estudios, hogar, trabajo, ….) dedican
tiempo a otras actividades como cursos, deporte o gimnasia, vida social,
hobbies, entretenimiento y descanso, leer la prensa, revistas, redes
sociales en internet, obras de apostolado, etc. Su día lo tienen lleno
no porque “se les haya llenado” sino porque “lo llenan”, y sin embargo
no tienen tiempo para estar a solas con Dios.
Si te encuentras en esta categoría, tal vez te ayuden las siguientes consideraciones:
1. Detente (time out!) y con mucha humildad y sencillez pregúntate tres cosas:
- Si deseas o no escuchar y responder a tu sed de felicidad profunda,
- Si reconoces que el trato diario con Dios es una necesidad básica para que tu vida sea auténticamente humana,
- Si quieres poner los medios para obrar en consecuencia.
2. Traza una recta jerarquía de valores y decide responsablemente cómo vas a usar tu tiempo
(según prioridades que sean conformes a su jerarquía de valores). No
es propio de una persona con carácter dejarse llevar por la inercia. Una
persona de carácter toma en sus manos su vida y hace lo que sabe que
debe hacer.
3. Trata de simplificar tu vida: quita
cosas no necesarias para que puedas vivir menos acelerado y luego elige
tiempos de calidad reservados al encuentro personal con Jesús. A las
actividades necesarias no se puede renunciar, pero sí a las actividades
no necesarias u opcionales. Simplificar implica hacer renuncias. Esto no
es fácil, es necesario romper esquemas y cambiar hábitos.
4. Una vez tomadas estas decisiones, incluye la oración personal en tu rutina diaria y sé constante;
de lo contrario sucederá con facilidad que la meditación sea lo primero
en caer o se quedará siempre para el final, cuando ya estás cansado y
con el deseo de llegar cuanto antes a la cama.
Me parece que la rutina diaria de un cristiano “de a pie” debería incluir:
- Ofrecimiento del día al Señor al inicio de la jornada.
- Acción de gracias al final de la jornada.
- 10-15 minutos de silencio y soledad para leer y reflexionar la Palabra de Dios, dialogar con Él y acompañarle.
Algunos querrán hacer una visita a Cristo Eucaristía,
comulgar o incluso ir a misa entre semana y rezar un misterio del
Rosario o el Rosario completo.
Sé bien que hoy en día estas cosas no se estilan, no es lo
habitual, pero creo que debería serlo. Es cuestión de jerarquía de
valores y prioridades.
Procura ofrecer a tu Creador la mejor parte. Estamos
hablando de la relación de la creatura con su Creador, del hijo con su
Padre, del pecador con su Redentor, del caminante con su Guía.
Pueden servirte de inspiración estas dos mujeres de la Sagrada Escritura que se caracterizan por su generosidad:
a) La viuda de Sarepta:
“Le fue dirigida la palabra de
Yahveh a Elías diciendo: «Levántate y vete a Sarepta de Sidón y quédate
allí, pues he ordenado a una mujer viuda de allí que te dé de comer».
Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad
había allí una mujer viuda que recogía leña. La llamó Elías y dijo:
«Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu jarro para que pueda
beber». Cuando ella iba a traérsela, le gritó: «Tráeme, por favor, un
bocado de pan en tu mano». Ella dijo: «Vive Yahveh tu Dios, no tengo
nada de pan cocido: sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un
poco de aceite en la orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré y lo
prepararé para mí y para mi hijo, lo comeremos y moriremos». Pero Elías
le dijo: «No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero haz una
torta pequeña para mí y tráemela, y luego la harás para ti y para tu
hijo. Porque así habla Yahveh, Dios de Israel: No se acabará la harina
en la tinaja, no se agotará el aceite en la orza hasta el día en que
Yahveh conceda la lluvia sobre la haz de la tierra. Ella se fue e hizo
según la palabra de Elías, y comieron ella, él y su hijo. No se acabó la
harina en la tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra
que Yahveh había dicho por boca de Elías.” (Primer libro de los reyes
17, 8-16)
b) La viuda pobre y generosa:
“Jesús se sentó frente al arca
del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro:
muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos
moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus
discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado
más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado
de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba
todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.” (Mc 12, 41-44)
En la elección de los tiempos para la meditación diaria es importante ser prácticos y realistas.
Si te propones dedicar 15 minutos diarios a leer y meditar la Palabra
de Dios y quisieras hacerlo al inicio de la jornada para que te sirva de
inspiración durante toda la jornada, pero te resulta imposible por tus
deberes de estado, no te agobies, no te culpes, no pienses que no estás
dando a Dios la primacía. Con sencillez y serenidad hazlo en otro
momento adecuado, en la medida de tus reales posibilidades.
O tal vez
seas de los que al iniciar el día andan como “zombies”; si es así elige
las horas de lucidez y no las de sueño para estar con Jesús. Cada quien
debe conocer qué hora le va mejor y en qué lugar le ayuda más hacer la
meditación. Creo que no sería correcto recetar esquemas universales e
imponerlos como camisas de fuerza a todos por igual. La oración es algo
muy personal.
Tengo la convicción de que quienes tomen la decisión de invertir un tiempo cada día para “pasársela bien con Dios”,
a las pocas semanas experimentarán que comienzan a recuperar la paz
profunda y que son mejores amigos, mejores papás, mejores mamás, mejores
esposos o mejores hijos. Ciertamente serán mejores cristianos.
Conversando con una joven pastora, de nombre Araceli, me
decía: “Cuando ando inquieta, nerviosa, de malas…. hasta las ovejas se
dan cuenta y se me apartan. Cuando estoy en paz, aquí andan cerquita.”
Es un hecho que cuando estamos cerca de una persona con paz interior, llena de la gracia de Dios, uno lo percibe, se siente a gusto a su lado. Su rostro lo refleja.
Si te preguntas con seriedad: ¿Quién es Dios para mí?
tal vez te encuentres con que en la práctica, para ti, Dios es una
idea, un concepto, un tema, una nebulosa o una energía, y no una persona
tratable.
Para quien se encuentre en esta situación, tal vez Dios
esté en el horizonte de su vida, pero sólo en el horizonte. Tal vez
Jesucristo no sea para él un compañero de camino. Por lo mismo, no trata
con Él (no hace oración). A veces habla sobre él, expresa su opinión
sobre temas religiosos, pero no lo conoce personalmente. O quizá no sepa
cómo hacerlo o no le encuentre sentido. O tal vez sí lo ha conocido y
en otro tiempo lo ha tratado, pero otros intereses han ido llenando su
vida y Él pasó a un segundo plano. A veces se acuerda de Él, pero no le
dedica tiempo. Cualquier joven estará de acuerdo en que acordarse de su
novia no es suficiente, sino que quiere estar con ella. Lo mismo unos
buenos padres respecto a sus hijos.
3. Quienes disponen holgadamente de tiempo, dedican horas a actividades de ocio o les falta equilibrio (demasiado trabajo, demasiada vida social, demasiada televisión, demasiado internet...)
Pienso, por ejemplo, en hombres retirados, en mamás que no
trabajan y cuyos hijos ya crecieron, en personas que por cualquier
circunstancia tienen mucho tiempo libre y lo han ido llenado de una
manera que no es necesariamente la mejor.
A ellas aplicaría lo dicho para la categoría anterior,
además de sugerirles que dediquen también tiempo para formarse mejor y
hacer algo por los demás a través del apostolado y obras de caridad
cristiana.
4. Quienes estando en cualquiera de las categorías anteriores no les interesa mejorar su calidad de vida. Son personas ocupadísimas, medio ocupadas o desocupadas que no se plantean en serio la pregunta religiosa.
Pido a Dios suceda con ellos lo mismo que al ciego de Jericó:
“Cuando Jesús se acercaba a
Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron:
“Pasa Jesús Nazareno”. Entonces gritó: “¡Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí”!
Jesús ha pasado, pasa y seguramente pasará de nuevo. Jesús está esperando. Pido a Dios les alcance con Su gracia, que tarde o temprano Su mirada les llame la atención y se atrevan a decirle: “Jesús, ten compasión de mí”. Descubrirán que viven mejor el día que inviten a Jesús a formar parte de sus vidas.
Lo maravilloso es que aunque nosotros no nos acordemos de Dios, Él se
acuerda siempre de nosotros. Es como el papá del hijo pródigo. Cuando
su hijo se fue de casa, el padre nunca perdió la esperanza de que su
hijo volviera. Me lo imagino asomándose por la ventana todos los días,
varias veces al día, para ver si su hijo aparecía en el horizonte. Lo
extrañaba, como Dios extrañaba a Adán cuando Adán pecó y prefirió
esconderse, y Dios salió a buscarle: Adán, ¿dónde estás?
Tal vez esta pregunta sea hoy para ti: Adán, ¿dónde estás? Te extraño, quisiera tenerte cerca.
El 30 de noviembre del 2008, el Papa nos decía:
"Todos decimos que “nos falta tiempo”, porque el ritmo de la vida diaria se ha vuelto frenético para todos.
También a este respecto,
la Iglesia tiene una “buena nueva” que anunciar: Dios nos da su tiempo.
Nosotros tenemos siempre poco tiempo; especialmente para el Señor no
sabemos, o a veces no queremos, encontrarlo. Pues bien, Dios tiene
tiempo para nosotros. Esto es lo primero que el inicio de un año
litúrgico nos hace redescubrir con una admiración siempre nueva. Sí,
Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la historia con su palabra y
con sus obras de salvación, para abrirla a lo eterno, para convertirla
en historia de alianza. Desde esta perspectiva, el tiempo ya es en sí
mismo un signo fundamental del amor de Dios: un don que el hombre puede
valorar, como cualquier otra cosa, o por el contrario desaprovechar;
captar su significado o descuidarlo con necia superficialidad."
http://www.la-oracion.com/icomo-trato-con-dios/272-ies-necesario-tratar-con-dios-o-basta-creer.html
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