San José
El día 8 de diciembre de 1870 el glorioso Patriarca
San José, padre putativo de Nuestro Señor Jesucristo y casto esposo de la
Bienaventurada Virgen María, fue solemnemente proclamado Patrono de la Iglesia
Universal por decreto de Su Santidad el Beato Pío PP. IX. El decreto Urbi et
Orbe decía lo siguiente:
"Siempre
la Iglesia, por la sublime dignidad que Dios confirió a este fidelísimo siervo,
tributó al beatísimo José sumo honor y alabanzas después de la Virgen Madre de
Dios, Esposa suya, e imploró su intercesión en las angustias. Mas en estos
tristísimos tiempos... conmovido nuestro santísimo señor el Papa Pío IX por la
lamentable condición de las cosas, con el fin de encomendarse a sí mismo y a
todos los fieles al poderosísimo patrocinio de San José, le declaró
solemnemente Patrono de la Iglesia católica".
San José
Evangelio: Mt 1, 16.18-21.24a
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la
cual nació Jesús llamado Cristo.
La generación de Jesucristo fue así: María, su
madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con
que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería
exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Consideraba él estas cosas,
cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
—José, hijo de David, no temas recibir a María, tu
esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo
de sus pecados. Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había
ordenado.
SAN JOSÉ EL HOMBRE EN QUIEN DIOS
CONFIÓ
Queremos celebrar con la mayor solemnidad que
podamos a san José, esposo de la Santísima Virgen. Nos alegramos en su fiesta
al contemplar que, a un hombre sencillo, se quiso confiar Dios cuando tomó
nuestra carne: el Señor confía, valora las capacidades humanas, los deseos
sinceros de amar de José, de serle fiel.
Por eso, en este día deseamos aprender, primero de
Dios que quiso contar con sus criaturas –fiado de ellas– para llevar a cabo su
plan de Redención: la empresa más grande jamás pensada. También aprendemos de
José que no defraudó a Quien había depositado en él su confianza.
Jesús recibió, de modo especial hasta su madurez,
los cuidados de José. El que era su padre ante la ley le transmitió su lengua,
su cultura, su oficio... Pensemos en tantos rasgos del carácter de Jesús que
serían de José, como sucede de ordinario en las familias. La relación que Dios
quiso entre el Santo Patriarca y el Verbo encarnado pone de manifiesto hasta
qué punto Dios valora al hombre.
Somos ciertamente muy poca cosa, apenas nos cuesta
reconocerlo, al contemplar la fragilidad e imperfección humanas, sin embargo,
Dios, no sólo ha tomado nuestra carne naciendo de una mujer, sino que se dejó
cuidar en todo en su primera infancia por unos padres humanos; y luego, algo
mayor, aprendió –como decíamos–, quizá sobre todo de su padre, José, las
costumbres y tradiciones propias de su región, de su país, de su cultura...
Jesús aprendió de José de modo especial el oficio y así era conocido como el
artesano o el hijo del artesano.
Pero para entonces, cuando Jesús comenzó a ser
conocido en Israel, muy posiblemente José habría fallecido. Las narraciones
evangélicas no lo mencionan durante la vida pública del Señor. En su infancia,
sin embargo, y antes incluso de su nacimiento, sí que nos hablan de José y de
su fidelidad.
Estando desposado con la Santísima Virgen y
comprendiendo que Ella esperaba un hijo sin que hubieran convivido, como era
justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto.
Así manifiesta su virtud: decidió retirarse del
misterio de la Encarnación sin infamar a Nuestra Madre y fue necesario que un
ángel le dijera: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues
lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados.
José es justo, como dice el evangelista, y Dios
puede contar con él. No se escandaliza el Santo Patriarca de la concepción
milagrosa de María, sino que se dispone, por el contrario, a hacer como el
ángel le indica: al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había
mandado, y recibió a su esposa.
Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un
hijo; y le puso por nombre Jesús. Y así comienza su misión de padre del
Redentor según el plan divino. Una tarea sobrenatural –como deben ser todas las
tareas humanas– que vivió confiando en Dios mientras veía que Dios había
confiado en él.
Tras la visita de los Magos, cuando humanamente
podría parecer que las circunstancias mejoraban después de los accidentados
sucesos en torno al nacimiento del Niño, un ángel del Señor se apareció en
sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y
estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para
matarlo. El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes. No
sabemos cuánto tiempo permaneció en Egipto con Jesús y María; el suficiente, en
todo caso, para que debiera instalarse establemente en un país extraño,
emplearse en una ocupación para mantener a la familia, aprender posiblemente un
nuevo idioma, otras costumbres..., y sin saber hasta cuándo..., pues el ángel
sólo le había dicho: estate allí hasta que yo te diga... Nuevamente
resplandecen la fe y la fidelidad de José.
En su fiesta, nos encomendamos al que fue siempre
fiel a Dios, al que contó en todo con la confianza de su Creador. Le pedimos
nos consiga de la Trinidad la gracia de una fe a la medida de la suya cuando
cuidaba de Jesús y de María; una fe que nos lleve a sentirnos más responsables
con Dios, que también se hace presente en nuestra vida y confía en el amor de
cada uno.
Pasa el tiempo en Egipto..., Herodes muere y se le
indica que vuelva a Israel. Sólo lo veremos ya, junto a María, en aquel viaje,
también con el Niño de doce años, a Jerusalén; padeciendo lo indecible porque
Jesús está perdido, a pesar de que José habría previsto con su Esposa todos los
detalles para evitar contratiempos.
En todo caso, siendo José el cabeza de familia,
sentiría un particular dolor mientras Jesús estuvo perdido. Pero al cabo de
tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores,
escuchándoles y preguntándoles.
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción,
con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y
total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio
de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento
con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos
de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas
temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y
en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana
en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.
Que queramos sentir también un dolor vivo por la
ausencia de Dios en nuestra vida cuando no lo vemos en nuestros quehaceres y
que queramos también, con la ayuda de la Santísima Virgen, como José, no parar
hasta encontrarlo.
Porque fue varón justo, le amó el Señor, y dio el
ciento por uno su labor.
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO
EN LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ.
Francisco explica que el Esposo de María y Patrono
de la Iglesia Universal acompaña el crecimiento de Jesús en sabiduría, edad y
gracia
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!Hoy, 19 de marzo, celebramos la fiesta
solemne de san José, Esposo de María y Patrono de la Iglesia Universal. Así que
dedicamos esta catequesis a él, que se merece toda nuestra gratitud y devoción
por como ha sabido custodiar a la Virgen Santa y al Hijo Jesús. Ser custodio es
la característica de José, su gran misión, ser custodio.
Hoy quisiera retomar el tema de la custodia con una perspectiva particular: la
perspectiva educativa. Miremos a José como el modelo de educador, que custodia
y acompaña a Jesús en su camino de crecimiento "en sabiduría, edad y
gracia", como dice el Evangelio. Él no era el padre de Jesús. El padre de
Jesús era Dios, pero él hacia las veces de papá de Jesús. Hacia de padre de
Jesús para ayudarle a crecer. ¿Y cómo le ha ayudado a crecer? En sabiduría,
edad y gracia.
Empecemos por la edad, que es la dimensión más natural, el crecimiento físico y
psicológico. José, junto con María, se ha encargado de Jesús, en primer lugar,
desde este punto de vista, es decir, que lo ha "criado",
preocupándose de que no le faltara lo necesario para un desarrollo saludable.
No olvidemos que la custodia atenta de la vida del Niño también ha implicado la
huida a Egipto, la dura experiencia de vivir como refugiados -José ha sido un
refugiado, con María y Jesús- para escapar de la amenaza de Herodes. Luego, una
vez de vuelta a la patria y establecidos en Nazaret, hay un largo período de la
vida oculta de Jesús en el seno de su familia. En aquellos años, José enseñó a
Jesús también su trabajo. Jesús ha aprendido a ser carpintero con su padre
José. Así, José ha criado a Jesús.
Pasemos a la segunda dimensión de la educación, la de la "sabiduría".
José ha sido para Jesús ejemplo y maestro de esta sabiduría, que se nutre de la
Palabra de Dios. Podemos pensar en cómo José ha educado al pequeño Jesús a
escuchar las Sagradas Escrituras, sobre todo, acompañándole el sábado a la
sinagoga de Nazaret. Y José le acompañaba, para que Jesús escuchase la Palabra
de Dios en la sinagoga.
Y, por último, la dimensión de la "gracia". Dice siempre san Lucas,
refiriéndose a Jesús: "La gracia de Dios estaba sobre él". Aquí,
ciertamente, la parte reservada a san José es más limitada con respecto a los
ámbitos de la edad y la sabiduría. Pero sería un grave error pensar que un
padre y una madre no pueden hacer nada para educar a sus hijos a crecer en la
gracia de Dios. Crecer en edad, crecer en sabiduría, crecer en gracia. Este es
el trabajo que ha hecho José con Jesús: hacerle crecer en estas tres
dimensiones. Ayudarle a crecer.
Queridos hermanos y hermanas, la misión de san José es ciertamente única e
irrepetible, porque Jesús es absolutamente único. Y, sin embargo, en su
custodiar a Jesús, educándole a crecer en edad, sabiduría y gracia, él es un
modelo para cada educador, en particular para cada padre. San José es el modelo
de educador del papá, del padre. Así que encomiendo a su protección a todos los
padres, sacerdotes, que son padres ¿eh?, y aquellos que tienen una tarea
educativa en la Iglesia y en la sociedad.
De manera especial quisiera saludar hoy, día del papá, a todos los padres, a
todos los papás. Os saludo de corazón (aplausos). Esperad ¿Hay algunos papás en
la plaza? Levantad la mano los papás. ¡Pero cuantos papás! ¡Felicidades!
¡Felicidades en vuestro día! (aplausos) Pido para vosotros la gracia de estar
siempre muy cerca de vuestros hijos. Dejándoles crecer, pero estando muy cerca.
Cerca, ¿eh? Ellos os necesitan. (Necesitan) de vuestra presencia, de vuestra
cercanía, de vuestro amor... ¡Sed para ellos como san José! Custodios de su
crecimiento en edad, sabiduría y gracia. Custodios de su camino. Educadores y
caminantes con ellos. Y desde esta cercanía, sed verdaderos educadores. Gracias
por todo lo que hacéis por vuestros hijos. ¡Gracias! A vosotros: ¡Muchas
felicidades y buena fiesta del papá! A todos lo papás que están aquí
(aplausos). A todos los papás (aplausos): ¡Qué san José os bendiga y acompañe!
Y también, algunos de nosotros, hemos perdido al papá. Se ha ido, el Señor le
ha llamado. Muchos de los que están en la plaza no tienen a su papá ahora.
Podemos rezar por todos los papás del mundo: por los papás vivos y también por
los difuntos... y por los nuestros (aplausos). Y podemos... (aplausos) podemos
hacerlo juntos. Cada uno acordándose de su papá, esté vivo o muerto. Y rezamos
al grande papá de todos nosotros, al Padre, un Padrenuestro por nuestros papás
(toda la plaza acompaña al Papa en el rezo del Padrenuestro). ¡Y muchas felicidades
a los papás! (aplausos)
(RED/IV) - (19 de marzo de 2014) © Innovative Media
Inc.
"... NO ME ACUERDO HASTA AHORA HABERLE
SUPLICADO COSA QUE LA HAYA DEJADO DE HACER..." (Santa Teresa de
Jesús)
LA
ASUNCIÓN DE SAN JOSÉ A LOS CIELOS
Después de la muerte de San José por amor, cuando
quedaban en este tierra Jesús y María, nada sabemos de él. Creemos que fue a
gozar de la presencia de Dios, a llenarse del semblante de Dios, como dice el
salmista.
San Mateo dice que a la muerte de Cristo
“Se
abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de los santos difuntos resucitaron y
salieron de sus sepulcros después de la resurrección de él, y entraron en la
ciudad santa y se aparecieron a muchos” (Mt 27,53).
La mayoría de Santos Padres, exégetas y teólogos y
tratadistas josefinos lo interpretan de una resurrección corporal, como la de
Lázaro.
Algunos opinan que no fue una resurrección real
sino sólo en especie corporal. Unos opinan que resucitaron para no volver a
morir, otros en cambio, que volvieron a morir.
Sea lo que sea de ese tema, por lo que se refiere a
San José, la inmensa mayoría de los autores josefinos y algunos santos están de
acuerdo que la resurrección de San José se culmina con su asunción a los cielos
en cuerpo y alma.
Gersón (+ 1429) el gran devoto y tratadista
josefino y quizás el primero, no se atreve a afirmarlo:
“Piense,
pues, el alma piadosa si no es el justo José uno de ellos (los que resucitaron
después de la resurrección de Jesús) y se apareció a María, su castísima
esposa, la consoló y finalmente subió al cielo juntamente con Cristo en su
ascensión. Glorificado, sin duda, en el alma, si también en el cuerpo no lo sé,
Dios lo sabe” (Sermón e la natividad, Consd. tercera, al fin).
Sin embargo, San Bernardino de Sena (+ 1444) lo
afirma claramente:
“Piadosamente
se ha de creer, pero no asegurar, que el piadosísimo Hijo de Dios, Jesús,
honrase con igual privilegio que a su santísima Madre, a su padre putativo; de
modo que como a esta la subió al cielo gloriosa en cuerpo y alma, así también
el día de su resurrección unió consigo al santísimo José en la gloria de la
resurrección; para que como aquella santa Familia – Cristo, la Virgen y José-
vivió junta en la laboriosa vida y en gracia amorosa, así ahora en la gloria
feliz reine con el cuerpo y alma en los cielos”(Sermon de S. Joseph, a. 3)
Y después se impone unánimemente como creencia
piadosa, no como dogma de fe, que San José este en cuerpo y alma en el cielo
junto con Jesús y María, aunque no aparezca explícitamente en las Escrituras ni
en los Santos Padres, como tampoco aparece la Asunción de María.
Es también la opinión piadosa de San Francisco de
Sales:”
¿Qué
nos queda ya que decir sino que no debemos dudar ni en un punto que este
glorioso santo tenga gran valimiento con aquel que lo magnificó hasta
llevárselo consigo en cuerpo y alma al cielo?...Si es verdad lo que debemos
creer que en virtud del Santísimo Sacramento que recibimos en nuestros
corazones, nuestros cuerpos resucitarán en el día del juicio Cómo podemos dudar
que nuestro Señor haría subir consigo al cielo en cuerpo y alma al glorioso San
José, que mereció la honra y la gracia de llevar con tanta frecuencia en sus
benditos brazos a Jesús que en ellos tanto se complacía? ¡Cuántos besos le dio
tiernísimamente con su boca bendita para recompensar en algún modo sus
trabajos! Luego, sin duda ninguna, San José está en el cielo en cuerpo y alma”.(Sermón de San
José.BAC, 1953, n.109, p.351-52
Podía multiplicar los textos sobre esta gloria de
san José. Quiero solamente citar un autor y teólogo moderno, el P.
Bonifacio Llamera, O.P. Aduce 8 razones a favor de esta piadosa sentencia,
la ultima es esta:
Parece
razonable que la Familia Sagrada, integrada por Jesús, María y José,
predestinada a iniciar la nueva vida divina del linaje humano con anterioridad
a todos los demás cristianos, inicie también la vida gloriosa de la
resurrección con anterioridad a todos los demás. Verdad es que Jesús y María
son muy superiores a San José, pero esa superioridad no obstó para que el Santo
Patriarca perteneciera a la Sagrada Familia y con nexo tan entrañable como el
esponsal y paternal. No parece, pues, que estando ya resucitado Jesús, esté sin
resucitar su padre, y estando ya resucitada María, esté sin resucitar su
dignísimo esposo”. En conclusión, “podemos, por tanto, creer que San José,
nuestro amantísimo Patriarca, ha triunfado ya en cuerpo y alma, gozando como
todos lo otros santos y de un modo absoluto, de la vida del alma, y también de
la vidas del cuerpo, que a él principalmente le es debida, en la divina e
inseparable compañía de Jesús y de María” (La teología e San José, p. II, c. 6 p.
306; BAC 1953)
San José pertenece al orden hipostático, es decir,
el orden de la comunicación de Dios a la criatura humana mediante la
Encarnación del Verbo, de su Hijo en el seno de la Virgen María, ese orden
supremo de gracia en el que la bondad de Dios se puede comunicar a los hombres,
muy superior al orden de la gracia sobrenatural en el que se mueven todos los
demás cristianos y santos.
A este orden sublime y maravilloso de comunicación
de Dios sólo pertenecen Jesús, la virgen María y San José, que ocupa el grado
ínfimo, pero muy superior al de todos los santos por ser de un orden muy
superior. San José pertenece al orden hipostático por el consentimiento que dio
a Dios, cuando “le llamó nuevamente a este amor esponsal” (RC 19) de tomar a
María su mujer en su casa, en cuyo matrimonio debía nacer Jesús, y por su
paternidad sobre Jesús, en fuerza de este matrimonio.
Que San José está incluido en el decreto divino de
la Encarnación el Verbo, ya que en él no sólo esta incluido lo que ha de
realizarse en el tiempo sino el modo y orden de su ejecución, en palabras de
San Tomás.
Según este principio y doctrina es conveniente,
coherente y lógico y acorde a los modos de Dios que San José este en cuerpo y
alma en el cielo junto con María, su esposa y Jesús, su hijo. Sería feo que
faltase él.
Millones de devotos de San José gozan y disfrutan
pensando y viendo a su santo y querido Padre, Señor y Patrono en el cielo en
cuerpo y alma en toda su gloria singular y esplendor junto a María, su esposa y
su hijo Jesús, de quien no cesa de alcanzar gracias y bendiciones con sus
ruegos incesantes, que para Jesús las peticiones de su Padre son mandatos.
RESUMEN
LAS PRINCIPALES FUENTES HISTÓRICAS QUE TENEMOS
SOBRE SAN JOSÉ SON LOS EVANGELIOS, EN PARTICULAR LOS PRIMEROS CAPÍTULOS DE
MATEO Y LUCAS.
Existe además una amplia literatura apócrifa que
narra muchos detalles de la vida del Santo Patriarca, como "El Evangelio
de Santiago", el "Pseudo-Mateo", el "Evangelio de la
Natividad de la Virgen María", "La Historia de José el
Carpintero".
Sabemos que era un carpintero, un trabajador. José
no era rico, puesto que cuando llevó a Jesús al templo para ser circuncidado y
a María para ser purificada ofreció el sacrificio de dos tórtolas o un par de
palomas, permitido sólo a aquellos que no podían pagar un carnero.
No obstante su humilde trabajo y lo escaso de sus
medios de subsistencia, José provenía de un linaje real. Lucas y Mateo
discrepan acerca de los detalles de su genealogía, pero ambos subrayan su
descendencia directa de David, el más grande rey de Israel (Mateo 1,1-16 y Lucas
3,23-28). De hecho el Ángel que le anuncia el milagro de la Encarnación a José
le llama "Hijo de David," un título real usado también para Jesús.
Sabemos que José fue un hombre de profundo silencio
y visión sobrenatural para percibir la acción de Dios. Debido a que él no
aparece durante la vida pública de Jesús, hasta su muerte y resurrección,
muchos historiadores creen que José murió antes que Jesús comenzara su
ministerio público.
Hay muchísimas cosas que quisiéramos saber sobre
San José, pero las Escrituras nos han dejado el dato más importante: que José
era un "hombre justo" (Mateo 1,18).
En verdad era un hombre justo. Pero este
calificativo significa más que simplemente bueno, honrado, equitativo,
comprometido con la ley. San José es, ante todo, el varón que fue fiel a la
promesa de Dios, más allá de las seguridades y los miedos.
José es una de las personas más cercanas a ese
misterio excepcional que es la familia de Nazareth. Esa familia que refleja
verdaderamente el Amor de la Santísima Trinidad.
Dios quiso que su Hijo tuviera como padre adoptivo,
custodio y sustento terrenal a un hombre común, pecador, como cualquiera de
nosotros. Pero quiso darle un lugar único en la Sagrada Familia y, desde luego,
también en la Iglesia. Esta vida en el silencio, en la sombra, tan desconocida
(muchas veces olvidada entre nuestras devociones), nos puede llegar a echar
verdadera luz en varios aspectos de nuestras vidas.
San José, como nadie, ha experimentado la ansiedad.
No sólo al enterarse que su prometida había quedado encinta por voluntad de
Dios, sino también después de haber recibido el anuncio del ángel en sueños. Y
ese sentimiento seguramente continuó al aceptar a su esposa virgen sin tener
ninguna certeza de cómo iba a poder él llevar adelante esa tarea tan
extraordinaria: la de educar al Rey de reyes.
PERO JOSÉ NO DEJÓ DE CONFIAR
Tuvo que aceptar quizás con tristeza el hecho de no
poder darle al Hijo de Dios una cuna verdadera, un lugar limpio y digno para
nacer. Seguramente su verguenza fue grande al tener que decirle a la dulce
María que se recostara en esa cueva de animales para dar a luz. Y cómo se apenó
con la perdida del pequeño, ya adolescente, en Jersusalén. Lo había estado
buscando toda la noche y el día y se había sentido muy responsable de no
haberse dado cuenta que faltaba en la caravana. Pero, poco a poco, fue
vislumbrando el porqué. Poco a poco fue dándose cuenta que todo eso que
acontecía era parte de su misión.
Esta confianza se fue dando, gracias a la vida de
contemplación que compartía con María y Jesús. Debe haber sido muy contagiosa
la piedad y la alegría de esas dos personas que vivían con él. Y por esto, su
manera de ver las cosas, en medio de la pobreza y las carencias, debe haber
sido realista y esperanzadora.
Lo maravilloso en San José es que en él se cumple
una promesa del Señor: toda su vida es cumplimiento. A pesar del dolor de no
saber, tuvo el cariño fraternal de la Virgen, incondicional aliento; las
charlas y las miradas de Jesús que le hacían ver un poco más claro ese
desierto.
El trabajo de San José había sido, seguramente, una
tarea mal remunerada. Sin embargo, ese era el único medio para llevar adelante
la casa y lo haría de la mejor manera. Sobretodo porque su Niño lo miraría
permanentemente y aprendería la perfección del oficio que como hijo de
carpintero le correspondía adquirir de pequeño.
Y en medio de ese trabajo, lo aquejaría el cansancio
y la tentación a hacerlo rápidamente, sin atención. Pero era en eso donde se
cumplía también la promesa de Dios.
Ansiedad, incertidumbre, cansancio, tristeza: son
sólo algunos de los sentimientos que José experimentó a lo largo de su oculta
vida, como nosotros lo vivenciamos también ahora. Y es justamente esto lo que
nos sigue maravillando y alentado de este Glorioso Patriarca: su debilidad
natural por ser hombre y la grandeza de la que el Señor lo hizo capaz.
Las virtudes heroicas de José son incontables. Pero
su lugar en la Historia de Salvación es fundamental y también lo es para
nuestra fe. Por que así como podemos reconocer nuestra cruz en estos dolores
comunes de la humanidad, es posible descubrir también muchos gozos, muchas
alegrías que él supo vivir plenamente.
Vayamos a José. No sólo tenemos que acudir a él para
que nos enseñe a querer y tratar más familiarmente a Jesús y María. También
tenemos que tenerlo presente en nuestro trabajo diario, en los conflictos y las
buenas nuevas personales, en la fidelidad a la vocación que el Señor ha pensado
especialmente para nosotros.
Llevemos la intercesión de San José a todas
nuestras relaciones sociales, desde las más casuales hasta las más
comprometidas.
San José es el patrono de la Buena Muerte, porque
expiró aquí en la tierra rodeado de la Virgen y Cristo: un adelanto del Cielo.
Es especial protector de todos los padres de familia y los novios: porque él
supo de manera excelente tratar a la mujer más perfecta del mundo. Y aprendió a
ser delicado y tierno con ella, siempre fiel a su promesa de castidad. También,
como célibe, supo dar los más grandes frutos por medio de su paternidad
espiritual y nutricia, llevando el mensaje del reino de los Cielos en su propia
vida, conociendo las primicias caseras del Evangelio.
Miremos a San José. Hay mucho que aprender de esta
vida tan callada y tan profunda a la vez.
EL PAPA FRANCISCO, MUY DEVOTO DE SAN JOSÉ, HA
RELATADO LA SIGUIENTE ANÉCDOTA DE SU RELACIÓN CON EL SANTO.
.
"Yo quiero mucho a San José, porque es un hombre fuerte y de silencio, y
en mi escritorio tengo una imagen de San José durmiendo y ¡durmiendo cuida a la
Iglesia! ¡Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y
lo pongo debajo de San José, para que lo sueñe!... ¡Esto significa para que
rece por ese problema!"
SAN JOSÉ EN LA VIDA CRISTIANA Y EN LAS ENSEÑANZAS
DE SAN JOSEMARÍA.
Con motivo de la festividad del 19 de marzo,
ofrecemos el editorial que se publicara en el nº 59 de Romana, sobre la
devoción de san Josemaría a san José. El autor es Lucas F. Mateo-Seco,
fallecido en 2015.
La devoción a san José estuvo hondamente enraizada
en el alma de san Josemaría desde muy joven. Recordando cómo en 1934 había
encomendado al santo Patriarca las gestiones para conseguir que se le
concediera el primer sagrario, comentaba en 1971: En el fondo de mi alma tenía
ya esta devoción a san José, que os he inculcado[2]. Esta devoción está
presente, sólida y clara, en escritos de 1933 —aunque san Josemaría la vivía ya
desde tiempo atrás, como se puede ver en Santo Rosario, de 1931— y se mantiene
viva y cálida hasta el final de su vida, experimentando un crecimiento notable
en sus últimos años[3].
1. INTRODUCCIÓN
En los tres puntos que dedica en Camino a la
devoción a san José, aparecen ya algunas de las razones teológicas en que
fundamenta esta devoción. En el número 559, escribe: San José, padre de Cristo,
es también tu Padre y tu Señor. —Acude a él[4]. Es significativa la
fuerza con que llama aquí a san José padre de Cristo. Más adelante, en una
homilía del 19-III-1963, dedicada íntegra a san José[5], explicitará el
sentido en que habla de esta paternidad siguiendo la conocida consideración de
san Agustín en el Sermo 51, 20: El Señor no nació del germen de José. Sin
embargo, a la piedad y a la caridad de José, le nació un hijo de la Virgen
María, que era Hijo de Dios[6]. Para san Josemaría,
la paternidad de san José sobre Jesús no es una paternidad según la carne, pero
es una paternidad real y única, que brota de su verdadero matrimonio con santa
María y de su especialísima misión, y que es la razón de que también la Iglesia
y cada uno de los cristianos le invoquen como «Padre y Señor».
En esa misma homilía que acabamos de citar, dice
san Josemaría: desde hace muchos años, me gusta invocarle con un título
entrañable: nuestro Padre y Señor[7]. Y explica: San José
es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a
quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía
hombre[8]. En la edición
crítico-histórica de Camino, anota Pedro Rodríguez que san Josemaría pudo tomar
la expresión Padre y Señor de santa Teresa de Jesús, que tanto influyó en la
devoción a san José no sólo en el Carmelo, sino en toda Iglesia[9].
En Camino, las consecuencias de esta «paternidad»
se concentran en el magisterio de san José sobre la «vida interior». Dice el n.
560:
Nuestro Padre y Señor san José es maestro de la
vida interior. —Ponte bajo su patrocinio y sentirás la eficacia de su poder. Y
el n. 561: De san José dice santa Teresa, en el libro de su vida: "Quien
no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro,
y no errará en el camino".
—El consejo viene de alma experimentada. Síguelo.
La razón que aduce san Josemaría para apoyar estos dos consejos es el trato
íntimo y continuado que san José mantuvo con Jesús y con María a lo largo de
toda su vida.
Los tres números citados de Camino sitúan el
pensamiento de san Josemaría sobre san José en dos coordenadas esenciales: la
verdad de su paternidad sobre Jesús y la influencia del santo Patriarca en la
historia de la salvación. Estos números testimonian ya desde sus primeras
manifestaciones un pensamiento josefológico maduro y una convicción teológica
firme. Así se ve en la sencilla firmeza con que llama a san José «padre» de
Jesús sin vacilación alguna[10].
2. UNA SÓLIDA TRADICIÓN ANTERIOR
Con la sobriedad en el decir y con la precisión de
lenguaje que le caracterizan, san Josemaría se sabe inserto en una sólida
tradición eclesial de teología y devoción al santo Patriarca. Su pensamiento
sobre san José es rico, sólido y constante, y en él afloran, junto con la
iniciativa propia de una delicada piedad movida por el Espíritu Santo, una
magnífica información de las cuestiones teológicas concernientes a san José, y
la conciencia de estar pisando terreno seguro[11].
Como es bien sabido, en 1870, Pío IX por el decreto
Quemadmodum Deus (8-XII-1870) había declarado a san José patrono de la Iglesia
Universal, y el 15 de agosto de 1889, León XIII había publicado su encíclica
Quamquam pluries dedicada al santo Patriarca. En esta encíclica, de gran vigor
de pensamiento, se recogen las líneas fundamentales de la teología de san José
precisamente al aducir las razones por las que debe ser considerado patrono de
la Iglesia Universal.
La primera razón que menciona el Papa es que san
José es el esposo de santa María y, en consecuencia, es padre de Jesús, el cual
es un bien —bonum prolis— de este matrimonio. En el texto del pontífice, la
verdad del matrimonio entre santa María y san José está fuera de toda duda y
lleva directamente a la verdad de la paternidad de san José sobre Jesús. Ambas
realidades —matrimonio y paternidad— constituyen dos rasgos esenciales de la
vocación divina de san José: él ha sido llamado para desempeñar estas dos
tareas queridas en sí mismas por Dios, en su propio valor. En esta vocación
encuentran su razón de ser las demás gracias recibidas por san José; en ella se
encuentra, pues, la razón última de «su dignidad, de su santidad y de su
gloria»[12].
En el planteamiento de León XIII, el matrimonio de
san José con la Virgen es la razón última de todo lo que acompaña a la figura
de san José, porque la verdad y perfección de este matrimonio «exige» la
participación en sus bienes y, en concreto, en el bien de la prole, aunque la
prole haya sido engendrada virginalmente. El Papa llama a este matrimonio
«máximo consorcio y amistad al que de por sí va unida la comunidad de bienes»,
y dice que san José ha sido entregado a la Virgen no sólo como «compañero de
vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad», sino también como
partícipe de su «excelsa grandeza». Él es, pues, «custodio legítimo y natural
de la Sagrada Familia»[13].
León XIII sigue en esto una línea de pensamiento,
expresada ya por san Ambrosio y san Agustín, que encuentra una de sus
formulaciones más perfectas en santo Tomás de Aquino: entre santa María y san
José hubo verdadero y perfecto matrimonio. Dada la virginidad perpetua de santa
María, algunos escritores antiguos encontraron cierta dificultad en considerar
esta unión como un verdadero matrimonio[14]. Estas vacilaciones
se disiparon a favor de la autenticidad del matrimonio, entre otras causas, por
la decidida toma de posición de san Ambrosio[15] y de san
Agustín[16]. Esto no impide que
autores tan importantes como san Bernardo (+1153) se hayan mostrado muy cautos
ante la afirmación del matrimonio entre san José y santa María, o no lo hayan
valorado como elemento fundamental en la teología josefina[17]. La posición de
santo Tomás de Aquino (+1274) no ofrece lugar a dudas: la unión entre José y
María fue verdadero y perfecto matrimonio, porque en él tuvo lugar la unión
esponsal entre sus espíritus[18].
Conviene no olvidar que considerar la unión entre
José y María como verdadero matrimonio se ajusta al lenguaje del Nuevo
Testamento, que no vacila en llamar a santa María «mujer» de José: ni hay
ambigüedades en torno a la virginidad de santa María incluso en aquellos
lugares en que se le llama esposa de José (cf., p.ej., Mt 1, 16-25), ni hay
dudas en llamar a José padre de Jesús, ni en mostrarlo actuando como tal (cf.,
p.ej., Lc 2, 21-49).
3. LA FIGURA DE SAN JOSÉ EN LAS ENSEÑANZAS DE SAN
JOSEMARÍA
Desde los primeros escritos, san Josemaría describe
la figurade san José como un hombre joven, quizás un poco mayor que santa
María, pero en la plenitud de la fuerza y de la vida: El santo Patriarca no era
un viejo, sino un hombre joven, fuerte, recio, gran amante de la lealtad, con
fortaleza. La Sagrada Escritura le define con una sola palabra: justo (cf. Mt
1, 20-21). José era un varón justo, un hombre lleno de todas las virtudes, como
convenía al que había de ser el protector de Dios en la tierra[19].
En el subsuelo de esta descripción se encuentra la
convicción de que Dios, al dar la vocación, otorga las gracias convenientes a
quien las recibe y que, por tanto, adornó a san José con aquellas dotes de la
naturaleza y de la gracia que le hicieron un digno esposo de santa María y
cabeza de la Sagrada Familia; está claro también que, de modo análogo a la
Virgen Santísima, el papel de san José no es algo accidental, sino parte
esencial del plan divino de la salvación.
En la predicación de san Josemaría, el subrayado en
la juventud de san José se apoya, además, en tres razones fundamentales: en el
sentido común a la hora de leer la Sagrada Escritura (en todo momento se
presentan sus desposorios como unos desposorios normales, y no hubiera sido lo
más normal el matrimonio de una joven con un anciano), en la consideración de
la comunión de espíritus propia del matrimonio (del amor existente entre ellos)
y, sobre todo, en la convicción de que la santa pureza no es cuestión de edad,
sino que brota del amor: No estoy de acuerdo con la forma clásica de
representar a san José como un hombre anciano, aunque se haya hecho con la
buena intención de destacar la perpetua virginidad de María. Yo me lo imagino
joven, fuerte, quizá con algunos años más que nuestra Señora, pero en la
plenitud de la edad y de la energía humana. Para vivir la virtud de la
castidad, no hay que esperar a ser viejo o a carecer de vigor. La pureza nace
del amor y, para el amor limpio, no son obstáculos la robustez y la alegría de
la juventud. Joven era el corazón y el cuerpo de san José cuando contrajo
matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando
vivió junto a ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como
una señal más de su venida entre las criaturas[20]. Para san Josemaría
resulta «inaceptable» presentar a san José como un hombre anciano con el fin de
hacer callar a los malpensados[21]. Igualmente
resultaría inaceptable no sólo dudar de la verdad de su matrimonio con santa
María, sino también el no tomar en consideración el amor existente entre ellos.
3.1. EL AMOR ENTRE SAN JOSÉ Y LA VIRGEN
Mons. Javier Echevarría aporta un valiosísimo
testimonio del modo en que san Josemaría contemplaba las relaciones entre María
y José, al recoger sus palabras ante la Virgen de Guadalupe: Una familia
compuesta por un hombre joven, recto, trabajador, recio; y una mujer, casi una
niña que, con su desposorio lleno de un amor limpio, encuentran en sus vidas el
fruto del amor de Dios a los hombres. Ella pasa por la humildad de no decir
nada: ¡qué lección para todos, que estamos siempre dispuestos a entonar
nuestras hazañas! Él se mueve con la delicadeza de un hombre recto —¡el momento
sería muy duro cuando conoció que su mujer, santa, estaba de buena esperanza!—,
y como no desea manchar la reputación de aquella criatura se calla, mientras
piensa cómo arreglar las cosas hasta que llega la luz de Dios, que
indudablemente pediría desde el primer momento, y se acomoda sin vacilar a los
planes del Cielo[22].
La autenticidad del matrimonio lleva consigo la
existencia de amor conyugal, de ilusión de vida en común, de compromiso, y lo
lógico es pensar que estos rasgos estuvieron muy presentes en el matrimonio
entre José y María. Dios añadió a ese amor el fruto de santa María: el Hijo
Eterno hecho hombre, que quiso nacer en una familia humana.
Como venimos diciendo, san Josemaría da por
supuesto que el matrimonio entre san José y la Virgen es verdadero matrimonio.
Parte de aquí como de un dato seguro, y se adentra por la consideración del
amor existente entre ambos cónyuges: San José debía de ser joven cuando se casó
con la Virgen Santísima, una mujer entonces recién salida de la adolescencia.
Siendo joven, era puro, limpio, castísimo. Y lo era, justamente, por el amor.
Sólo llenando de amor el corazón podemos tener la seguridad de que no se
encabritará ni se desviará, sino que permanecerá fiel al amor purísimo de Dios[23].
Para san Josemaría, el amor es la clave en toda
vida humana, y lo es también en la vida de José: en él está la razón de su
fortaleza, de su fidelidad, de su castidad. Un poco más adelante, añade: ¿Os
imagináis a san José, que amaba tanto a la Santísima Virgen y sabía de su
integridad sin mancha? ¡Cuánto sufriría viendo que esperaba un hijo! Sólo la
revelación de Dios nuestro Señor, por medio de un ángel, le tranquilizó. Había
buscado una solución prudente: no deshonrarla, marcharse sin decir nada. Pero
¡qué dolor!, porque la amaba con toda el alma. ¿Os imagináis su alegría, cuando
supo que el fruto de aquel vientre era obra del Espíritu Santo?[24].
Aunque no se detiene en el motivo de la turbación
de José, san Josemaría está insinuando que consiste en el «no ver», no en el
hecho de que dudase de la virtud de su esposa. No sabe qué hacer: José era un
varón justo, un hombre lleno de todas las virtudes, como convenía al que había
de ser el protector de Dios en la tierra. Al principio se turba, cuando
descubre que su Esposa Inmaculada se halla encinta. Advierte el dedo de Dios en
aquellos hechos, pero no sabe cómo comportarse. Y en su honradez, para no
difamarla, piensa despedirla en secreto[25].
El dolor de José apunta hacia el hecho mismo de
tener que abandonar a su esposa. San Josemaría se atiene sobriamente a los
datos que ofrece el Nuevo Testamento, leyéndolos con fe y con sentido común:
según los textos, la turbación de san José es clara; esa turbación se debe a
una ignorancia que será despejada con el mensaje del ángel; el amor y el
conocimiento que José tiene de María, le llevan a pensar que en ese
acontecimiento, que no entiende, está el dedo de Dios. San Josemaría insinúa
aquí lo que bastantes exégetas han pensado: que la duda de José versa, no sobre
la honradez de santa María, sino en cómo debe comportarse pensando en que hay
algo divino por medio[26].
Y siempre el amor por medio, pues san Josemaría no
duda de que había auténtico amor conyugal entre ellos[27]. Más aún, la
castidad de José aparece protegida por ese amor, que se fundamenta en la fe: Su
fe se funde con el Amor: con el amor de Dios que estaba cumpliendo las promesas
hechas a Abraham, a Jacob, a Moisés; con el cariño de esposo hacia María, y con
el cariño de padre hacia Jesús. Fe y amor en la esperanza de la gran misión que
Dios, sirviéndose también de él —un carpintero de Galilea—, estaba iniciando en
el mundo: la redención de los hombres[28].
Esto significa que, en medio del claroscuro de la
fe, san José alcanza a intuir también algo de la grandeza de su misión.
3.2. LA PATERNIDAD DE JOSÉ
En san Josemaría, no existe vacilación alguna en
cómo expresar la paternidad de san José. Desde los primeros escritos hasta el
final, le llama padre de Jesús sin más matizaciones. Puede decirse que su
pensamiento con respecto a la teología de san José se inscribe en las
coordenadas de dos Padres: san Juan Crisóstomo y san Agustín. De san Juan
Crisóstomo cita un texto que pone en boca de Dios estas palabras: «No pienses
que, por ser la concepción de Cristo obra del Espíritu Santo, eres tú ajeno al
servicio de esta divina economía. Porque, si es cierto que ninguna parte tienes
en la generación y la Virgen permanece intacta; sin embargo, todo lo que dice
relación con la paternidad sin atentar a la dignidad de la virginidad, todo eso
te lo entrego a ti, tal como imponer nombre al hijo»[29]. De san Agustín, san
Josemaría cita, como se ha visto, el Sermón 51[30].
El ejercicio de la paternidad sobre Jesús
constituye parte esencial de una «misión» que llena toda la vida de José: Tiene
una misión divina: vive con el alma entregada, se dedica por entero a las cosas
de Jesucristo, santificando la vida ordinaria[31]. Aquí radica uno de
los principales atractivos que ejerce el santo Patriarca sobre san Josemaría:
su total entrega a Jesucristo santificando la vida ordinaria, es decir, en el
ejercicio de los quehaceres propios de su oficio y como un buen padre de una
familia judía de su época.
San Josemaría ofrece en Es Cristo que pasa una
larga descripción de la relación paterno-filial que tiene lugar entre san José
y nuestro Señor. Es una página hermosa, sobria y piadosa, en la que se presta
atención a los detalles: Para san José, la vida de Jesús fue un continuo
descubrimiento de la propia vocación. Recordábamos antes aquellos primeros años
llenos de circunstancias en aparente contraste: glorificación y huida,
majestuosidad de los Magos y pobreza del portal, canto de los ángeles y
silencio de los hombres. Cuando llega el momento de presentar al Niño en el
Templo, José, que lleva la ofrenda modesta de un par de tórtolas, ve cómo
Simeón y Ana proclaman que Jesús es el Mesías. Su padre y su madre escuchaban
con admiración (Lc 2, 33), dice San Lucas. Más tarde, cuando el Niño se queda
en el Templo sin que María y José lo sepan, al encontrarlo de nuevo después de
tres días de búsqueda, el mismo evangelista narra que se maravillaron (Lc 2,
48). José se sorprende, José se admira. Dios le va revelando sus designios y él
se esfuerza por entenderlos (…) San José, como ningún hombre antes o después de
él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios,
a tener el alma y el corazón abiertos[32].
He aquí la vida interior de san José descrita como
una auténtica peregrinación en la fe, en cierto sentido, muy parecida a la de
santa María. Ambos, María y José, van descubriendo la voluntad de Dios poco a
poco, y van haciendo realidad su primera entrega en una fidelidad con la que se
confortan mutuamente. Al mismo tiempo, en ejercicio de su paternidad, José
transmite a Jesús su oficio de artesano, su modo de trabajar, incluso en tantas
cosas su visión del mundo: Pero si José ha aprendido de Jesús a vivir de un
modo divino, me atrevería a decir que, en lo humano, ha enseñado muchas cosas
al Hijo de Dios (…) José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, le trató
dándole todo lo mejor que tenía. José, cuidando de aquel Niño, como le había
sido ordenado, hizo de Jesús un artesano: le transmitió su oficio. Por eso los
vecinos de Nazaret hablarán de Jesús, llamándole indistintamente faber y fabri
filius (Mc 6, 3; Mt 13, 55): artesano e hijo del artesano. Jesús trabajó en el
taller de José y junto a José. ¿Cómo sería José, cómo habría obrado en él la
gracia, para ser capaz de llevar a cabo la tarea de sacar adelante en lo humano
al Hijo de Dios? Porque Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar,
en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en
su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el
pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando
ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la
infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José[33].
He aquí la paradoja, y san Josemaría es bien
consciente de ella: aquel que es la Sabiduría «aprende» de un hombre las cosas
más elementales, como el oficio de carpintero. Se manifiesta en esta paradoja
la «sublimidad del misterio» de la Encarnación y la verdad de la paternidad de
José. Con su Madre, el Señor aprendió a hablar y a andar; en el hogar regido
por san José, aprendió lecciones de laboriosidad y de honradez. El mutuo cariño
hizo que José y Jesús se pareciesen en muchas cosas: No es posible desconocer
la sublimidad del misterio. Ese Jesús que es hombre, que habla con el acento de
una región determinada de Israel, que se parece a un artesano llamado José, ése
es el Hijo de Dios. Y ¿quién puede enseñar algo a Dios? Pero es realmente
hombre, y vive normalmente: primero como niño, luego como muchacho, que ayuda
en el taller de José; finalmente como un hombre maduro, en la plenitud de su
edad. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los
hombres (Lc 2, 52)[34].
3.3. SAN JOSÉ, MAESTRO DE VIDA INTERIOR EN EL
TRABAJO
San José supo enseñar a Jesús con las lecciones con
que todo buen padre israelita sabía educar a su hijo: lecciones de vida limpia
y de sacrificio, de virtudes humanas y de trabajo ofrecido a Dios y bien
acabado; lecciones de vida sobria, justa y honesta. San José nos enseñará
también a nosotros que formamos un mismo Cuerpo con Cristo. José ha sido, en lo
humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha
cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que
consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe
de la Antigua Alianza, como maestro de vida interior? La vida interior no es
otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él.
Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su
devoción, ite ad Ioseph, como ha dicho la tradición cristiana con una frase
tomada del Antiguo Testamento (Gn 41, 55)[35].
Dos características de la vida de san José atraen
poderosamente el afecto de san Josemaría: su vida de contemplación y su vida de
trabajo. Es lógico, pues ambos rasgos son esenciales en el espíritu del Opus
Dei. En la fiesta de Epifanía de 1956 decía: Y un último pensamiento para ese
varón justo, nuestro Padre y Señor san José, que, en la escena de la Epifanía,
ha pasado, como suele, inadvertido. Yo lo adivino recogido en contemplación,
protegiendo con amor al Hijo de Dios que, hecho hombre, le ha sido confiado a
sus cuidados paternales. Con la maravillosa delicadeza del que no vive para sí
mismo, el santo Patriarca se prodiga en un servicio tan silencioso como eficaz.
Hemos hablado hoy de vida de oración y de afán apostólico. ¿Qué mejor maestro
que san José? Si queréis un consejo que repito incansablemente desde hace
muchos años, Ite ad Ioseph (Gn 41, 55), acudid a san José: él os enseñará
caminos concretos y modos humanos y divinos de acercarnos a Jesús. Y pronto os
atreveréis, como él hizo, a llevar en brazos, a besar, a vestir, a cuidar a
este Niño Dios que nos ha nacido[36].
La cita interna está tomada de la oración a san
José preparatoria a la santa Misa contenida en el misal romano[37]. Esta oración pone
como ejemplo la contemplación de san José en la cercanía de Jesús que, en su
sencillez, es buen exponente de la inmediatez con que el cristiano ha de
contemplar la vida de Jesús.
Enamora a san Josemaría la vida de trabajo de José
y lo considera maestro de vida interior en esa vida de trabajo intenso y
humilde porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con Él, a sabernos parte
de la familia de Dios, y nos da esas lecciones siendo, como fue, un hombre
corriente, un padre de familia, un trabajador que se ganaba la vida con el
esfuerzo de sus manos. Y ese hecho tiene también, para nosotros, un significado
que es motivo de reflexión y de alegría[38]. La figura de san
José habla también de la universalidad de la llamada al apostolado: él supo
convertir el trabajo en ocasión de «dar a conocer a Jesús».
Gran parte de la homilía En el taller de José está
dedicada a este tema: el espíritu del Opus Dei se apoya, como en su quicio, en
el trabajo ordinario, en el trabajo profesional ejercido en medio del mundo. La
vocación divina nos da una misión, nos invita a participar en la tarea única de
la Iglesia, para ser así testimonio de Cristo ante nuestros iguales los hombres
y llevar todas las cosas hacia Dios[39]. La figura de san
José se destaca como la de aquel que ha sabido dar al trabajo su dimensión
propia en la historia de la salvación.
Es aquí, en el ofrecimiento a Dios del propio
trabajo, donde el cristiano ejercita el sacerdocio que ha recibido en el
bautismo. Comentando la oración a san José que se acaba de citar, dice: «Deus
qui dedisti nobis regale sacerdotium… Para todos los cristianos, el sacerdocio
es real (…): todos tenemos alma sacerdotal.Praesta, quaesumus ut, sicut beatus
Ioseph unigenitum Filium tuum, natum ex Maria Virgine, (...) suis manibus
reverenter tractare meruit et portare, (…) ita nos facias cum cordis munditia…
Así, así quiere Él que seamos: limpios de corazón. Et operis innocentia —la
inocencia de las obras es la rectitud de intención— tuis sanctis altaribus
deservire. Servirle no sólo en el altar, sino en el mundo entero, que es altar
para nosotros. Todas las obras de los hombres se hacen como en un altar, y cada
uno de vosotros, en esa unión de almas contemplativas que es vuestra jornada,
dice de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas, en espera de la misa
siguiente, que durará otras veinticuatro horas, y así hasta el fin de nuestra
vida[40].
Es propio del sacerdote santificar. La
santificación del trabajo tiene lugar como ejercicio del sacerdocio de los
fieles, pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal
y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se
realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren
pacientemente, se convierten en hostias espirituales aceptables a Dios por
Jesucristo (1P 2,5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación
del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre[41].
Entre los gestos de devoción a san José se destaca
uno con el que san Josemaría se inserta también en una rica tradición anterior:
la comparación del santo Patriarca con José, el hijo de Jacob, que prodigó el
pan a los habitantes de Egipto y a los hijos de Israel. Esta comparación viene
potenciada por un hecho que le llega profundamente al corazón: porque «buscar
el pan» es característico del padre de familia —somos de la familia de san
José—, y porque el pan de que se habla es la sagrada Eucaristía. Los textos más
vibrantes sobre este tema se encuentran al evocar los acontecimientos que
rodean la obtención del permiso para reservar al Señor en la primera residencia
de estudiantes.
He aquí cómo recuerda este suceso: En 1934, si no
me equivoco, comenzamos la primera residencia de estudiantes (...)
Necesitábamos tener al Señor con nosotros, en el tabernáculo. Ahora es fácil,
pero, entonces, poner un sagrario era una empresa muy difícil (…) Comencé a
pedir a san José que nos concediera el primer sagrario, y lo mismo hacían los
hijos míos que tenía entonces alrededor. Mientras encomendábamos este asunto,
yo trataba de encontrar los objetos necesarios: ornamentos, tabernáculo… No
teníamos dinero. Cuando reunía cinco duros, que entonces era una cantidad
discreta, se gastaban en otra necesidad más perentoria. Logré que unas
monjitas, a las que quiero mucho, me dejaran un sagrario; conseguí los
ornamentos en otro sitio y, por fin, el buen obispo de Madrid nos concedió la autorización
para tener el Santísimo Sacramento con nosotros. Entonces, como señal de
agradecimiento, hice poner una cadenilla en la llave del sagrario, con una
medallita de san José en la que, por detrás, está escrito: ite ad Ioseph! De
modo que san José es verdaderamente nuestro Padre y Señor, porque nos ha dado
el pan —el pan eucarístico— como un padre de familia bueno. ¿No he dicho antes
que nosotros pertenecemos a su familia?»[42].
San José, dador del pan para la Sagrada Familia, es
también dador del pan para la Iglesia. Desde el cielo, él sigue ejerciendo su
paternidad sobre quienes forman en Cristo un mismo Cuerpo Místico. Con el
correr de los años, esta consideración fue haciéndose cada vez más viva,
enraizándose progresivamente en el alma de san Josemaría. El Venerable Siervo
de Dios Álvaro del Portillo, refiere este recuerdo del viaje por algunos países
de América del Sur en 1974: «Durante aquel viaje, nuestro Fundador empezó a
hablar de la presencia misteriosa —"inefable", decía— de María y José
junto a los sagrarios de todo el mundo. Lo argumentaba así: si la Santísima
Virgen no se separó nunca de su Hijo, es lógico que continúe a su lado también
cuando el Señor decide quedarse en esta "cárcel de amor" que es el
tabernáculo: para adorarle, amarle, rezar por nosotros. Y aplicaba a san José
la misma idea: estuvo siempre junto a Jesús y junto a su Esposa; tuvo la suerte
de morir acompañado por ellos, ¡qué muerte tan maravillosa! (…) En definitiva,
nuestro Padre[43] metía a san
José en todo»[44].
CONCLUSIÓN
La piedad de san Josemaría hacia san José y su
visión teológica de la figura y de la misión del santo Patriarca están
fundamentadas en su meditación de la Sagrada Escritura —en su lectura cristiana
de la Biblia—, en los santos padres, especialmente san Juan Crisóstomo y san
Agustín, y en lo que constituyen las líneas de fuerza de la teología de san
José en el magisterio pontificio anterior, especialmente en el de León XIII. La
teología mariana se suele vertebrar en torno a la verdadera maternidad de santa
María (su maternidad sobre Cristo y sobre todos los hombres); así sucede de
modo análogo con la teología de san José, tal y como la encontramos expresada
en las enseñanzas de san Josemaría: toda ella está vertebrada en torno a tres
ejes fundamentales: la verdad de su matrimonio con santa María, la verdad de su
paternidad sobre Jesús, su misión de custodio de la Sagrada Familia primero, y
de la Iglesia después. Dentro de estas coordenadas, el lector atento encuentra
como un amoroso avance en el «descubrimiento» de pequeños detalles,
aplicaciones y matices que duraron hasta el final de su vida, como se pone de
relieve, por ejemplo, en el testimonio del Venerable Siervo de Dios Álvaro del
Portillo que se acaba de citar.
JOSÉ HIZO LO QUE LE HABÍA MANDADO EL ÁNGEL DEL
SEÑOR
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
(1,16.18-21.24a):
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la
cual nació Jesús, llamado Cristo.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó
que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería
denunciarla, decidió repudiarla en secreto.
Pero, apenas había tomado esta resolución, se le
apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
- «José, hijo de David, no tengas reparo en
llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él
salvará a su pueblo de los pecados.»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había
mandado el ángel del Señor.
Palabra del Señor
FIESTA DE SAN JOSÉ. REFLEXIÓN DEL PAPA FRANCISCO
(Papa Francisco, encuentro con las familias,
16-1-2015)
Queridos
amigos, hoy nos alegramos celebrando la solemnidad de San José, esposo de la
Virgen María y patrono de la Iglesia Universal. En muchos países se celebra
también el Día del padre. Por eso queremos felicitar a todos los amigos y
amigas que llevan el nombre del santo, y a todos los papás.Les proponemos
también una catequesis del Papa Francisco sobre san José y la familia:«Las
Escrituras rara vez hablan de san José, pero cuando lo hacen, a menudo lo
encuentran descansando, mientras un ángel le revela la voluntad de Dios en
sueños… Hoy descanso con vosotros y quisiera reflexionar con vosotros sobre el
don de la familia...
A José le fue revelada la voluntad de Dios durante el descanso. En este momento
de descanso en el Señor, cuando nos detenemos de nuestras muchas obligaciones y
actividades diarias, Dios también nos habla...
Para oír y aceptar la llamada de Dios, y preparar una casa para Jesús, debéis
ser capaces de descansar en el Señor. Debéis dedicar tiempo cada día a
descansar en el Señor, a la oración. Rezar es descansar en el Señor.
Es posible que me digáis: Santo Padre, lo sabemos, yo quiero orar, pero tengo
mucho trabajo. Tengo que cuidar de mis hijos; además están las tareas del
hogar; estoy muy cansado incluso para dormir bien. Tenéis razón, seguramente es
así, pero si no oramos, no conoceremos la cosa más importante de todas: la
voluntad de Dios sobre nosotros. Y a pesar de toda nuestra actividad y ajetreo,
sin la oración, lograremos realmente muy poco.
Descansar en la oración es especialmente importante para las familias. Donde
primero aprendemos a orar es en la familia. No olvidéis: cuando la familia reza
unida, permanece unida...
Yo quisiera decirles también una cosa personal. Yo quiero mucho a san José,
porque es un hombre fuerte y de silencio y en mi escritorio tengo una imagen de
san José durmiendo y durmiendo cuida a la Iglesia. Sí, puede hacerlo, lo
sabemos. Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y
lo pongo debajo de san José, para que lo sueñe. Esto significa para que rece
por ese problema.
Esos momentos preciosos de reposo, de descanso con el Señor en la oración, son
momentos que quisiéramos tal vez prolongar. Pero, al igual que san José, una
vez que hemos oído la voz de Dios, debemos despertar, levantarnos y
actuar.
Como familia, debemos levantarnos y actuar. La fe no nos aleja del mundo, sino
que nos introduce más profundamente en él. Esto es muy importante. Debemos
adentrarnos en el mundo, pero con la fuerza de la oración. Cada uno de nosotros
tiene un papel especial que desempeñar en la preparación de la venida del reino
de Dios a nuestro mundo.
Del mismo modo que el don de la sagrada Familia fue confiado a san José, así a
nosotros se nos ha confiado el don de la familia y su lugar en el plan de Dios.
Lo mismo que con san José. A san José el regalo de la Sagrada Familia le fue
encomendado para que lo llevara adelante, a cada uno de ustedes y de nosotros –
porque yo también soy hijo de una familia – nos entregaron el plan de Dios para
llevarlo adelante.
El ángel del Señor le reveló a José los peligros que amenazaban a Jesús y
María, obligándolos a huir a Egipto y luego a instalarse en Nazaret. Así
también, en nuestro tiempo, Dios nos llama a reconocer los peligros que
amenazan a nuestras familias para protegerlas de cualquier daño...
Las dificultades que hoy pesan sobre la vida familiar son muchas... Si, por un
lado, demasiadas personas viven en pobreza extrema, otras, en cambio, están atrapadas
por el materialismo y un estilo de vida que destruye la vida familiar y las más
elementales exigencias de la moral cristiana. Éstas son las colonizaciones
ideológicas.
La familia se ve también amenazada por el creciente intento, por parte de algunos,
de redefinir la institución misma del matrimonio, guiados por el relativismo,
la cultura de lo efímero, la falta de apertura a la vida...
Nuestro mundo necesita familias buenas y fuertes para superar estos peligros...
necesita familias santas y unidas para proteger la belleza y la verdad de la
familia en el plan de Dios y para que sean un apoyo y ejemplo para otras
familias. Toda amenaza para la familia es una amenaza para la propia sociedad.
Como afirmaba a menudo san Juan Pablo II, el futuro de la humanidad pasa por la
familia...
Por último, el Evangelio nos recuerda nuestro deber cristiano de ser voces
proféticas en medio de nuestra sociedad. José escuchó al ángel del Señor, y
respondió a la llamada de Dios a cuidar de Jesús y María.
De esta manera, cumplió su papel en el plan de Dios, y llegó a ser una
bendición no sólo para la sagrada Familia, sino para toda la humanidad. Con
María, José sirvió de modelo para el niño Jesús, mientras crecía en sabiduría,
edad y gracia (cf. Lc 2,52).
Cuando las familias tienen hijos, los forman en la fe y en sanos valores, y les
enseñan a colaborar en la sociedad, se convierten en una bendición para nuestro
mundo. Las familias pueden llegar a ser una bendición para el mundo.
El amor de Dios se hace presente y operante a través de nuestro amor y de las
buenas obras que hacemos. Extendemos así el reino de Cristo en este mundo. Y al
hacer esto, somos fieles a la misión profética que hemos recibido en el
bautismo.
Queridos amigos en Cristo, sabed que yo rezo siempre por vosotros. Rezo por las
familias, lo hago. Rezo para que el Señor siga haciendo más profundo vuestro
amor por él, y que este amor se manifieste en vuestro amor por los demás y por
la Iglesia.
No olvidéis a Jesús que duerme. No olvidéis a san José que duerme. Jesús ha
dormido con la protección de José. No lo olvidéis: el descanso de la familia es
la oración. No olvidéis de rezar por la familia».
Comentario al Evangelio, 19 de marzo de 2019
José María Vegas, cmf
Varón justo
Dios, sin duda alguna, cumple sus promesas. Pero lo hace a su modo,
salvaguardando siempre su libertad soberana, y superando, además, infinitamente
nuestras expectativas. La promesa realizada a David y a su descendencia de una
realeza para siempre no tiene el significado que, por el contexto, se entiende
a primera vista. De hecho, la dinastía davídica tuvo un destino y un fin bien
trágicos. Y, sin embargo, Dios restaura esa dinastía, pero no en un sentido monárquico
y político, sino en la realeza de Cristo, que, vencedor del pecado y de la
muerte, no pasará jamás. No será, pues, el reino de uno sobre muchos, o de unos
pocos sobre todos los demás, o de un pueblo que somete y oprime al resto. Se
trata de una realidad infinitamente más grande y más importante, de un valor
infinitamente superior, porque supone el fin de los dominios despóticos, de las
opresiones, de la violencia como forma de gobierno y de convivencia. Esas
realidades, fruto del pecado, siguen vigentes, el mundo continúa caminando por
sus viejas sendas, pero se abre paso en él una posibilidad nueva y superior: el
Reino de Dios, la realeza de Cristo, la ley del amor y la fraternidad, que no
es sólo promesa para un futuro indeterminado, más allá de la muerte, sino que
está ya presente y operando en este mundo nuestro, gracias a la presencia
encarnada del Hijo de Dios, el Cristo, el Ungido, en el que se cumplen
definitivamente aquellas antiguas promesas de un reino sin fin, si bien no es
de este mundo, pues no funciona como los reinos (y las repúblicas) mundanos.
Pero, ¿qué pinta José, el humilde carpintero, en todo esto? En primer lugar,
que en él se cumple, según la ley, aquella antigua promesa. No es un rey, ni un
príncipe, ni siquiera un noble, es un obrero anónimo, pero al que la
Providencia salvífica de Dios ha situado en el centro de la historia. Es él el
depositario legal de aquellas promesas ya remotas y casi olvidadas, el renuevo
del tronco de Jesé (cf. Is 11, 1), el fruto inesperado de un árbol que parecía
ya por completo seco y sin vida. Y es él, en consecuencia, el que transmite,
según la ley, la sucesión davídica al verdadero David, el hijo de la Virgen, el
verdadero Rey, Profeta y Sacerdote de la nueva alianza.
En José vemos con claridad una verdad de extraordinaria importancia para
nuestra fe y para la vida de cada uno. Los grandes acontecimientos de la
historia, esos que conmueven sus cimientos y hacen que varíe su rumbo, suceden
gracias a personas humildes y anónimas que han hecho posible la aparición de
los grandes y decisivos personajes. Es verdad que esto es así para bien y para
mal. Los protagonistas que aparecen en los libros y las crónicas para bien y
para mal no hubieran podido hacer nada sin la cooperación de muchos seres
humanos anónimos, que crearon de un modo y otro las condiciones para la
aparición de aquellos. No cabe duda de que no hay un acontecimiento más
decisivo en la historia de la humanidad que la encarnación, la muerte y la
resurrección de Cristo. Aquí es Dios quien ha intervenido. Pero lo ha hecho
humanamente, humanizándose, haciéndose uno de nosotros. Y, por eso mismo, es
normal que haya querido (y tenido que) contar con la cooperación en la sombra
de personas que han hecho posible su venida a nuestra historia.
José es el prototipo del varón justo: el que sabe discernir la presencia de
Dios, el que está dispuesto a retirarse con respeto, pero también a escuchar la
voz de Dios que habla en sueños, y a actuar con diligencia, tomando decisiones,
asumiendo riesgos, colaborando calladamente y en espíritu de obediencia con los
planes de Dios.
Si en algo nos parecemos a José es en que somos también personajes anónimos,
que viven y trabajan en la sombra de la historia mundial, cuyos focos iluminan
a otros. Pero José nos enseña la importancia de ser justos, es decir, de estar
abiertos y a la escucha, de trabajar con fidelidad y diligencia, de saber
soñar, pero también tomar decisiones y asumir riesgos, para que en la historia
sucedan acontecimientos positivos y salvíficos, en vez de las muchas
catástrofes que la afligen (con las que también podemos colaborar si no vivimos
como debemos); para que Dios pueda seguir viniendo a visitarnos con su voluntad
salvífica, para que, en definitiva, Cristo siga reinando en nuestro mundo y las
promesas de Dios, que superan toda expectativa, se puedan seguir cumpliendo.
Primer dolor y gozo
Castísimo Esposo de María, glorioso san José. Así como fue terrible el dolor y
la angustia de tu corazón cuando creíste que debías separarte de tu Inmaculada
Esposa, experimentaste después un vivo gozo cuando el Ángel te reveló el
misterio de la Encarnación.
Por este dolor y gozo, te suplicamos te dignes consolar nuestras almas ahora y
en nuestros últimos momentos; alcánzanos la gracia de llevar una vida santa y
tener una muerte semejante a la tuya, en compañía de Jesús y de María.
Primer dolor
Estando desposada su madre María con José, antes de vivir juntos se halló que
había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18)
José se sabía verdaderamente afortunado por haber encontrado a María, una mujer
que pensaba como él y tenía a Dios como valor más importante de su vida.
Reconoce y agradece los designios de la Providencia divina.
En medio de su deseo por agradar a Dios y amar a su esposa observa con sorpresa
que María espera un niño. ¿Qué significa aquello? María era una mujer muy
especial y en ese momento sospecha que algo grande ha debido suceder; un
misterio divino como tantos otros que recoge la Biblia.
José piensa que tiene que desaparecer de la escena y dejar que Dios haga como
desee. Pero sufre, sufre muchísimo porque eso supone dejar a quien más quiere
en el mundo.
En ocasiones no se entiende lo que sucede. ¿Qué hacer entonces? Mirar a Dios y
esperar. Dios es fiel; quien se apoya en él no quedará defraudado.
Primer gozo
El ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no
temas recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es del Espíritu
Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús (Mt 1, 20-21).
Cuando se consideran las cosas en la presencia de Dios se pueden ver como Dios
las ve. A José se le hace entender que María ha concebido virginalmente y no
sólo no debe abandonarla, sino que, siendo su esposo, el Salvador nacerá en el
seno de una familia, de la cual él será el padre, pues debe poner el nombre al
Niño.
Gozo inmenso al conocer su misión: cuidar al Mesías prometido. Se le pide
-¡nada menos!- no separarse de Jesús ni de María. El dolor ha dado paso a la
alegría desbordante y se va corriendo a contar a su esposa lo que acaba de
descubrir: su vocación.
Antes José se sentía afortunado, pero al comprender los planes divinos siente
una alegría mayor. José mira con inmenso cariño a María y agradece a Dios
haberle escogido a él para contemplar y participar en tales sucesos divinos.
REFLEXIÓN:
¿Comprendo que Dios tiene unos planes para mí y que yo debo conocerlos?
¿Entiendo que Dios llama a todos a la santidad, que toda vida es respuesta y
que toda mi vida debe ser una respuesta afirmativa a Dios?
¿Me doy cuenta de que la vocación nunca puede suponer un fastidio porque es lo
que da sentido sobrenatural y eterno a nuestro paso por la tierra?
¿Sé que todos los santos han tenido que pasar por la oscuridad, la prueba, la
renuncia a los planes personales, pero que, precisamente por su abandono total
en Dios, Él les ha dado la luz, la alegría y la paz que el mundo no puede dar?
¿Hay algo más grande en el mundo que servir a Dios? ¿Rezo por las vocaciones
sacerdotales? ¿Qué me pide Dios a mí ahora?
Segundo dolor y gozo
Bienaventurado Patriarca san José, que fuiste elegido para hacer las veces de
padre del Hijo de Dios hecho hombre. El dolor que sentiste al ver nacer al Niño
en tanta pobreza, se trocó pronto en un gozo celestial cuando oíste los
armoniosos conciertos de los Ángeles, y fuiste testigo de los acontecimientos
de aquella luminosa noche.
Por este dolor y gozo te suplicamos nos alcances que, al término de nuestra
vida, oigamos las alabanzas de los Ángeles y gocemos del resplandor de la
gloria celestial.
Segundo dolor
Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron (Jn 1,11).
José va con su esposa a empadronarse a Belén, porque ambos descienden de la
casa de David. Después de varios días de camino, por fin llegaron. Estando allí,
a María se le cumplieron los días de dar a luz (Lc 2,6). Las casas estaban
llenas, la posada también, no quedaba libre ni un rincón para que el Niño
pudiera nacer.
La pena de no poder dar al Mesías lo mejor ensombrece el rostro de José. María
le saca de sus pensamientos. Desde encima de la mula le dice con su mirada: «No
te preocupes; ya nos arreglaremos». Y a las afueras del pueblo se van, a una
cueva.
A veces Dios permite que suframos y pasemos necesidad porque ése es el clima
propicio para que Él pueda nacer en nuestro corazón. Cuando sienta en mi vida
la pobreza o la soledad, diré: «Señor, yo sí te quiero recibir; cuenta
conmigo».
Segundo gozo
Fueron deprisa y encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre
(Lc 2,16).
Cuando nace un niño se olvidan los sufrimientos porque ahí delante, sonriendo,
está ese don del cielo que es la vida humana. José, además, tiene delante de sí
al Hijo de Dios. Siente la alegría de tener a Dios cerca, muy cerca.
Van llegando unos pastores que, por indicación de ángeles, quieren ver al
Salvador. Y se organiza la fiesta con panderetas y zambombas porque también
ellos han encontrado al Niño Dios. El canto de miles de coros angélicos
envuelve las voces de los pastores, manifestando que es fiesta en el cielo y en
la tierra.
María conservaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón (Lc 2,19). José
también las pondera y nos enseña que la oración consiste en esto, en contemplar
a Dios y ver nuestra vida a la luz de la vida de Jesús. Entonces, el corazón se
enciende y rompe a cantar de alegría.
REFLEXIÓN:
¿Advierto que Dios permite el mal en el mundo -las injusticias, el desprecio,
la humillación- porque respeta la libertad humana, pero que de todo podemos
sacar bienes sobrenaturales?
¿Sé reconocer el mal que hago a los demás -y sobre todo el mal que hago al
pecar- al comprobar el daño que me hacen otros?
¿Procuro alegrar la vida de los que me rodean o me encierro en mis problemas
personales? ¿Sé que la puerta de la felicidad se abre siempre hacia afuera
-dándome-, nunca hacia dentro?
¿Comprendo que a veces cuesta sonreír, pero puede ser lo que alguien espera de
mí?
¿Me doy cuenta de que lo que más necesitan los demás es que les hable de Dios?
Tercer dolor y gozo
Cumplidor obediente de la Ley de Dios, glorioso san José. La vista de la sangre
preciosa que el Redentor Niño derramó en la circuncisión traspasó de dolor tu
corazón; pero el nombre de Jesús que se le impuso te llenó de consuelo.
Por este dolor y gozo alcánzanos que, después de luchar en nuestra vida contra
la esclavitud de los vicios, tengamos la dicha de morir con el santo nombre de
Jesús en los labios y en el corazón.
Tercer dolor
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre
Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno
materno (Lc 2,21).
«¡Que no le hagan daño! -piensa José-, que para mí es más que un hijo». Pero
hay que cumplir con la Ley, porque así lo dispuso Dios para que Jesús formase
parte del Pueblo escogido. Y el Niño llora.
Si no hubiera habido pecado los hombres no sufriríamos. Al principio, recién
creados, los hombres eran buenos, pero ellos se alejaron de Dios y se hicieron
daño, a sí mismos y a los demás. Pasados los siglos, Dios hizo una Alianza para
que los hombres, viviendo según los Mandamientos, fueran buenos. Y esa alianza
se selló con sangre.
El mundo llora, ¿y por qué llora? A veces cumplir los mandatos del Señor supone
sacrificio, pero siempre es mayor el sufrimiento por no seguirlos. ¡Cuándo
aprenderemos definitivamente que la Ley de Dios es camino de libertad, de
felicidad, de amor!
Tercer gozo
Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados (Mt 1, 21).
El nombre indica su misión en esta tierra: Jesús, el Salvador. Pero este Niño
no va a quitar los males que aquejan a la humanidad, porque mientras haya
pecados, el sufrimiento podrá servir de purificación y de corredención.
La sangre de la circuncisión evoca el precio de nuestro rescate. La sangre de
la nueva Alianza ofrecida en la Cruz perdona los pecados y nos da la vida
sobrenatural. Ahora sabemos, aunque nos cueste entenderlo, que detrás de
nuestro sacrificio hecho por amor está la santidad.
Le han puesto por nombre Jesús, que significa «Dios salva». Toda su vida será
camino salvador, y especialmente en la Cruz y la Resurrección se abrirán las
compuertas de las aguas de la salvación. ¡Qué alegría saber que, unidos a
Cristo en los Sacramentos y en la Cruz de cada día, toda nuestra vida tiene
sentido redentor!
REFLEXIÓN:
¿Veo en los Mandamientos precisamente el orden adecuado para amar a Dios y a
los demás; o, por el contrario, me parece que limitan mis caprichos?
¿Sé que en el sacrificio se demuestra el amor y, en él, el amor se hace más
puro?
¿Noto en mi vida la pobreza, la castidad, el orden, la comprensión, la
obediencia? ¿Comprendo que si no costara una virtud podría ser señal de que no
se vive?
¿Entiendo que, aunque no tenga que llegar al derramamiento de sangre, también a
mí se me pide ser mártir, es decir, amar dando lo que más cuesta?
¿Comprendo que con mi vida de sacrificio tengo que completar –actualizar hoy–
lo que falta a la Pasión de Cristo? ¿Estoy dispuesto a redimir con Él?
Cuarto dolor y gozo
Santo fidelísimo a quien le fueron comunicados los misterios de nuestra
redención. Grande fue tu dolor al conocer por la profecía de Simeón que Jesús y
María iban a sufrir; mas este dolor se convirtió en gozo al saber que sus
padecimientos servirían para la salvación de muchas almas.
Por este dolor y gozo te pedimos la gracia de trabajar sin cansancio por la
salvación de las almas y ser contados en el número de los que resucitarán para
la gloria, por los méritos de Jesús y la intercesión de María.
Cuarto dolor
Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto... como
signo de contradicción... para que se descubran los pensamientos de muchos
corazones (Lc 2, 34-35).
Simeón advierte a María y a José lo que habrán de sufrir aquellos que quieran
estar con Jesús. Serán perseguidos por causa de la justicia, por vivir conforme
a la verdad. Y a María se le augura que su alma será traspasada por una espada
de dolor.
José sufre por la dureza de los corazones de tantos que no admiten ni a Jesús y
ni la verdad que predicó, porque buscan su verdad, su felicidad egoístamente. Y
sufre por cuantos son maltratados por cumplir la voluntad de Dios.
Dios puede hacer milagros, pero no puede cambiar el corazón de quien no es
sincero y no quiere reconocer la verdad. Y eso, a José le duele, porque sabe
que la felicidad y la salvación pasan por la puerta de la sinceridad.
Cuarto gozo
Porque han visto mis ojos tu salvación, la que preparaste ante todos los
pueblos; luz para iluminar a las naciones (Lc 2, 30-31).
Ciertamente Jesús será signo de contradicción para quienes no amen la verdad, pero
será sobre todo luz para millones de mujeres y de hombres de toda la historia.
Las gentes se agolpan junto a la Sagrada Familia y al anciano sacerdote, y
están mirando la Luz. Son los albores del cumplimiento de las palabras de
Simeón, quien agradece a Dios haber podido ver al Mesías antes de morir.
José es feliz con Jesús. El no es su padre en el orden natural, pero lo es
espiritual y afectivamente mucho más que si lo fuera. José es también nuestro
padre en el orden espiritual, y goza viendo la Luz -que es Cristo- en nuestras
almas.
Verdaderamente hay alegría en el cielo cuando nosotros -pecadores- nos
arrepentimos, cuando reconocemos con sinceridad la verdad de Dios y la fe se
hace vida en nuestra conducta.
REFLEXIÓN:
¿Es en la práctica el Señor lo primero en mi día, o antepongo otros intereses
como si ellos fueran los que dan sentido a mi vida?
¿Hay algo que no quiero reconocer -un error práctico, algo que me humilla- y me
hace sufrir en el corazón?
¿Pido a Dios luz para ver qué he de hacer y la fortaleza para realizar lo que
Él me sugiera?
¿Estoy dispuesto a descubrir mis pensamientos al sacerdote y a escuchar lo que
me diga para conocer la verdad en mi vida?
¿Acudo a mi padre san José en estos días?
¿Comprendo que tengo la responsabilidad de ser luz para los demás con mi
ejemplo y mi palabra?
Quinto dolor y gozo
Custodio del Hijo de Dios hecho hombre. Cuánto tuviste que sufrir por defender
y alimentar al Hijo del Altísimo, particularmente en la huida a Egipto, y
viendo los ídolos de los egipcios; pero también fue grande tu alegría al tener
a tu lado al Hijo de Dios y a su Santísima Madre.
Por este dolor y gozo alcánzanos la gracia de que, huyendo de las ocasiones de
pecado, venzamos al enemigo infernal, y no vivamos ya más que para servir a
Jesús y a María.
Quinto dolor
El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al
niño y a su madre, y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque
Herodes va a buscar al niño para matarlo (Mt 2,13).
Es todavía de noche cuando la Sagrada Familia tiene que huir de Belén hacia el
lejano Egipto. Pero José está acostumbrado a obedecer a Dios y lo hace con
prontitud. No inquiere sobre las razones que pueda tener Dios al ordenar ese
viaje, porque Dios siempre sabe más.
Obedeciendo a Dios el hombre no se equivoca nunca. Sólo se equivoca cuando el
príncipe de la mentira distorsiona la realidad y hace que se vean con aparente
claridad cosas que no son verdad.
Bendita obediencia que descomplica el alma y hace que el hombre tenga una
especial confianza con Dios. El sacrificio que comporta cumplir la divina
voluntad traerá enseguida el gozo.
Quinto gozo
Y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dice el
Señor por el profeta: «De Egipto llamé a mi hijo» (Mt 2,15).
Sin él saberlo, se están cumpliendo las Escrituras sagradas. No conoce hasta
cuándo tienen que estar en Egipto. De momento está viviendo donde Dios quiere,
como Dios quiere, con quien Dios quiere, hasta que Dios quiera. Procurando
trabajar y entablar amistades, santificando lo que tiene que hacer en esos
momentos. Porque ahí le espera Dios.
Cuando se ama la voluntad de Dios se es muy feliz. La imaginación -movida por
la vanidad- puede sugerir que en otro lugar o con otras personas seríamos más
felices. No hay que esperar al día de mañana o a que cambien las circunstancias
para servir a Dios. Ahora es cuando hemos de realizar sus designios.
Entonces se cumplirán sus palabras y escribiremos una historia humana que será
a la vez historia santa, en medio de la vida corriente. Quien descubre esto, se
llena de gozo y seguridad.
REFLEXIÓN:
¿Comprendo que Dios me ha hecho el gran regalo de la libertad para poder
amarle, y que le amo precisamente cuando le obedezco?
¿Me doy cuenta de la delicadeza de Dios con los hombres que no nos obliga, sino
que nos propone sus planes?
¿Procuro llevar a la oración las cosas que Dios me sugiere, sabiendo que, a
veces, la cuestión no está en entender sino en amar?
¿Sé que los santos han entendido más porque han procurado cumplir la voluntad
de Dios, es decir, porque han amado más?
¿Me doy cuenta de que mi vida -mi trabajo, mi descanso, mis amores- es tan
importante que Dios cuenta con ella?
¿Está sirviendo mi vida a los planes de Dios o prefiero realizar el plan que yo
me he forjado para mí?
Sexto dolor y gozo
Glorioso san José, que viste sujeto a tus órdenes al Rey de los Cielos. El
consuelo que experimentaste al conducir de Egipto a tu querido Jesús fue
turbado por el temor a Arquelao, fuiste, sin embargo, tranquilizado por el
Ángel y permaneciste gozoso en Nazaret con Jesús y María.
Por este dolor y gozo te pedimos nos obtengas que, libres de todo temor nocivo,
gocemos de la paz de conciencia y, viviendo tranquilos en unión de Jesús y de
María, muramos en su compañía.
Sexto dolor
El se levantó, tomó al niño y a su madre y regresó a la tierra de Israel. Pero
al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir
allá (Mt 2, 21-22).
En el viaje de retorno a casa José tiene que cambiar los planes; toma el desvío
y sigue hacia el norte, hacia Galilea. Va con Jesús -que ya tiene unos años- y
con María; pero aunque camina contento, está preocupado por solucionar los
problemas de cada día, por evitar los peligros del camino. Y no descansará
tranquilo hasta el final del viaje.
La vida consiste, en cierto sentido, en ir de camino. De camino hacia la casa
del Padre, nuestra morada definitiva. Cada día es un paso que nos puede acercar
al cielo. Pero no caminamos solos, vamos en compañía de otros, sobre todo de
nuestra familia.
Sería muy cómodo -muy egoísta- vivir sin preocuparse de los demás. Como a José,
también a nosotros nos pide Dios que carguemos con la salud espiritual y física
de los que nos rodean.
Sexto gozo
Y fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por
los profetas: será llamado Nazareno (Mt 2,23).
En Nazaret estableció José de nuevo su taller de artesano. Trabaja y trabaja
con la garlopa. María también trabaja. Y Jesús, todavía niño, juega con las
virutas de serrín; aprende a moverse entre clavos y maderos para el momento de
la redención.
José goza porque Dios ha querido que sea artesano, padre y esposo. Porque,
precisamente en medio de esas tareas, él está con Jesús y con la Virgen María.
Trabajar satisface humanamente, es medio de subsistencia, sirve para sacar
adelante la familia. Pero sobre todo es el instrumento que tenemos para servir
a Dios y a los demás.
Nazaret ha quedado para la historia como el modelo de hogar, y el lugar donde
Dios enseña a trabajar por amor y con alegría sobrenatural. El santo patriarca
será el patrono de quienes trabajen con ese sentido cristiano. ¡Qué gozada
vivir en una familia así, trabajando como Él!
REFLEXIÓN:
¿Estoy contento en mi trabajo porque me gusta, porque saco provecho, o tendría
que tener una motivación más sobrenatural?
¿Procuro trabajar con la seriedad de un padre que tiene que sacar adelante su
familia?
¿Advierto que Dios ve todo lo que realizo, cómo está hecho y las intenciones
que tengo? ¿Se lo puedo ofrecer a Él? ¿Se lo ofrezco de hecho?
¿Dedico suficiente tiempo a mi familia? ¿Me doy cuenta de que los demás
necesitan de mi tiempo, de mí?
¿Sé escuchar? ¿Recuerdo alguna cosa que me hayan hecho notar mis familiares y
no acabo de tener en cuenta para rectificar?
¿Rezo por mi familia? ¿Rezamos en familia?
Séptimo dolor y gozo
San José, modelo de santidad, que habiendo perdido al Niño Jesús sin tu culpa,
le buscaste durante tres días con inmenso dolor hasta que, con gozo indecible,
le encontraste en el templo en medio de los doctores.
Por este dolor y gozo, y ya que estás tan cerca de Dios, te pedimos nos ayudes
a no perder nunca a Jesús por el pecado mortal, y si por desgracia lo
perdiéramos, haz que lo busquemos con profundo dolor hasta que lo encontremos y
podamos vivir en su amistad para gozar de Él contigo eternamente en el Cielo.
Séptimo dolor
Le estuvieron buscando entre los parientes y conocidos, y al no hallarle,
volvieron a Jerusalén en su busca (Lc 2, 44-45).
Cuánto dolor embargaba a José y a María aquellos días. Tantos desvelos, tantos
cuidados, tantas alegrías..., y ahora no tenían al Niño. Además Dios les había
dado el encargo de custodiar a su Hijo, ¡y lo habían perdido!
José y María preguntaron a unos y a otros. Nadie sabía nada. Tres días que se
hacían larguísimos. A otros este suceso les dejaba indiferentes, a sus padres
no. Sufrían sobremanera porque valoraban Quién era Jesús: Dios con nosotros.
¡Qué pena si no nos dolieran los pecados, pues nos separan de Dios! ¡Qué pena
si no los valorásemos como lo peor que puede suceder en el mundo! Ojalá
tengamos aquellos sentimientos que tuvieron sus padres para que se nos rompa el
corazón -de dolor de amor- al ver el pecado en nosotros o en los demás.
Séptimo gozo
Al cabo de tres días lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los
doctores, escuchándoles y haciéndoles preguntas (Lc 2,46).
¿Cómo expresar la alegría de María y de José al encontrar al Niño? ¿No era
alegría desbordante la que sentían los apóstoles y las santas mujeres después
de encontrarse con el Resucitado? ¿No es alegría lo que hay en el cielo cuando
un pecador se convierte y hace penitencia? Porque no hay felicidad como la de
estar con Jesús.
¿Y dónde estaba el Niño? Estaba en el Templo. Jesús esperaba que sus padres le
buscaran allí, como también hoy espera de nosotros que vayamos a la casa de Dios,
le encontremos en su Palabra, nos alimentemos con la Eucaristía y nos unamos a
Él por el amor en el sacramento de la Penitencia.
Si tenemos tristeza es porque nos apartamos de Dios. Si queremos ser felices,
muy felices, ya sabemos el camino: estar con Jesús. Que estemos siempre con los
Tres: con Jesús, con María y con José.
REFLEXIÓN:
¿Puedo decir en verdad que estoy contento, o hay algo que me quita la alegría?
¿Sé distinguir el cansancio de lo que me aparta de Dios?
¿Considero como algo verdaderamente vital el vivir siempre en gracia?
¿Valoro el pecado venial o cualquier otra falta de correspondencia como algo
que me aleja de Dios?
¿Comprendo que la castidad es una virtud necesaria para poder ver y amar a
Dios, y para que Dios me pueda mirar y amar mejor?
¿Recurro a la oración en todas mis necesidades y tribulaciones, o ando perdido
en mis pensamientos?
¿Pido a Dios la perseverancia en las buenas obras hasta el fin de mi vida?
Referencias
[2]SAN JOSEMARÍA
ESCRIVÁ, De la familia de José, notas de la predicación, 19-III-1971 (AGP,
biblioteca, P09, p. 136).
[3]Cf. ANDRÉS VÁZQUEZ
DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol. III, Rialp, Madrid 2003, pp. 728 ss.
Sobre la presencia de San José en la enseñanza de San Josemaría, cf., entre
otros, los siguientes trabajos: L.M. DE LA HERRÁN, La devoción a San José en la
vida y enseñanzas de Mons. Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei
(1902-1975), Estudios josefinos, 34 (1980), pp. 147-189; I. SOLER, San José en
los escritos y en la vida de San Josemaría. Hacia una teología de la vida
ordinaria, Estudios josefinos, 59 (2005), pp. 259-284. Cf. también J.B. FREIRE
PÉREZ, Para amar más a San José, Promesa, San José de Costa Rica 2007, pp.
55-61; M. IBARRA BENLLOCH, La capilla de la Sagrada Familia, Scripta de Maria,
II/4 (2007), pp. 351-364; J. FERRER, San José nuestro Padre y Señor, Arca de la
Alianza, Madrid 2007.
[4]SAN JOSEMARÍA
ESCRIVÁ, Camino, n. 559.
[5]SAN JOSEMARÍA
ESCRIVÁ, Cf. homilía En el taller de José, en Es Cristo que pasa, nn. 39-56. De
ahora en adelante, En el taller de José.
[6]SAN AGUSTÍN, Sermo
51, 20: PL 38, 351; BAC 95, p. 40. Cf. En el taller de José, n. 55.
[7]En el taller de
José, n. 39.
[9]He aquí las
palabras de Santa Teresa: «Comienzo en el nombre del Señor, tomando por ayuda a
su gloriosa Madre, cuyo hábito tengo, aunque indigna de él, y a mi glorioso
padre y señor San José, en cuya casa estoy» (SANTA TERESA, Fundaciones,
prólogo, 5; BAC 212, 8ª ed., p. 675). Cf. Camino. Edición crítico-histórica
preparada por Pedro Rodríguez, Rialp, Madrid 2002, p. 689, esp. nt. 29.
[10]Sobre los diversos
calificativos que ha recibido la paternidad de san Joséa lo largo de los siglos
—padre legal, putativo, nutricio, adoptivo etc.—, cf. B. LLAMERA, Teología de
San José, BAC, Madrid 1953, pp. 73-114. Llamera ofrece dos conclusiones muy
orientadoras: «Las denominaciones padre legal, putativo, nutricio, adoptivo,
virginal y vicario del Padre celestial expresan sólo aspectos parciales e
incompletos de la paternidad de san José» (p. 94). Y la siguiente conclusión
que explica por qué todas estas «paternidades» le parecen incompletas: «La
paternidad de san José es nueva, única y singular, de orden superior a la
paternidad natural y adoptiva humanas» (p. 102). Siguiendo a san Agustín se
puede decir que la paternidad de san José sobre Jesús es única, singular y de
orden superior como es único, singular y de orden superior su matrimonio con
santa María.
[11]Además de las
numerosas alusiones a san José que hace san Josemaría a lo largo de toda su vida,
existen cuatro extensos textos dedicados a San José con los que es fácil
esbozar una teología del santo Patriarca casi completa. He aquí los textos:
homilía En el taller de José, 19-III-1963, en Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid
1973, nn. 39-56; La escuela de José, notas de la predicación, 19-III-1958 (AGP,
biblioteca, P18, pp. 79-88); San José, nuestro Padre y Señor, notas de la
predicación, 19-III-1968 (AGP, biblioteca, P09, pp. 93-103); De la familia de
José, notas de la predicación, 19-III-1971 (AGP, biblioteca, P09, pp. 133-141).
De ahora en adelante, los tres últimos se citarán como La escuela de José; San
José, nuestro Padre y Señor; y De la familia de José, respectivamente.
[12]LEÓN XIII, Enc.
Quamquam pluries (15-VIII-1889), n. 3.
[13]«Ya que el
matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la
comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo de la
Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad
y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del
pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella» (Ibíd.).
[14]Cf. G.M. BERTRAND, Joseph (saint). II. Patristique et haut moyen âge,
Dictionnaire de Spiritualité, VIII, Beauchesne, Paris 1974, 1304.
[15]«Nec te moveat quod frequenter Scriptura conjugem
dicit: non enim virginitatis ereptio, sed conjugii testificatio, nuptiarum
celebratio declaratur» (In Lucam, 2, 5: SC 45, p. 74).
[16]San Agustín advierte
las implicaciones de esta situación providencial en el concepto mismo de
matrimonio al proponerlo como modelo a los matrimonios continentes diciendo:
«este matrimonio es tanto más real cuanto que es más casto» (Sermo 51, 10, 13 y
16: PL 38, 342, 344-346, 348; BAC 95, 39-40). Las expresiones latinas que
utiliza san Agustín en el Sermo 51 son de una gran belleza y claridad: «Quare
pater? Quia tanto firmius pater, quanto castius pater (…) Non ergo de semine
Joseph Dominus, quamvis hoc putaretur: et tamen pietati et charitati Joseph
natus est de Maria virgine filius, idemque Filius Dei».
[17]Cf. SAN BERNARDO,
Homilia Super missus est, II, 15: «Nec vir ergo matris, nec filii pater
exstitit, quamvis certa… et necessaria dispensatione utrumque ad tempus
appellatus sit et putatus» (en Opera, t. 4, éd. J. Leclerq et H. Rochais, Roma
1966, p. 33). Lo que aquí ocupa el primer plano no es la verdad del matrimonio,
sino el hecho de que san José ha sido llamado «vir» y «pater» temporalmente, ad
tempus. La traducción castellana de Díez Ramos subraya la poca importancia que
el matrimonio de José y María recibe en esta homilía: «Ni fue, pues, varón de
la madre ni padre del hijo, aunque (como se ha dicho), por una necesaria razón
de obrar y permisión en Dios, fue llamado y reputado por algún tiempo lo uno y
lo otro» (BAC 110, 203). La poca importancia dada por San Bernardo al
matrimonio entre la Virgen y san José no le impide hacer una cálida descripción
de la santidad de José, p.e., al compararlo con José, hijo de Jacob: «Acuérdate
al mismo tiempo de aquel gran patriarca, vendido en otro tiempo en Egipto, y
reconocerás que éste no sólo tuvo su mismo nombre, sino su castidad, su
inocencia y su gracia (…) Aquél, guardando lealtad a su señor, no quiso
consentir al mal intento de su señora (cf. Gn 39, 12); éste, reconociendo
virgen a su Señora, Madre de su Señor, la guardó fidelísimamente, conservándose
él mismo en toda castidad» (Ibíd., 16: BAC 110, 204).
[18] «La forma del
matrimonio consiste en cierta indivisible unión de las almas por la que cada
cónyuge de modo indivisible se obliga a guardar fidelidad al otro; el fin del
matrimonio es engendrar y educar la prole: a lo primero se llega por el acto
conyugal; a lo segundo por las obras del marido y la esposa con las que se
ayudan para criar a la prole (…) En cuanto a la primera perfección, el
matrimonio de la Virgen Madre de Dios y José fue verdadero matrimonio, porque
ambos consintieron en la unión conyugal (…) En cuanto a la segunda perfección,
que tiene lugar por el acto matrimonial, si esto se refiere a la unión carnal
por la que se engendra la prole, aquel matrimonio no fue consumado (…) pero
aquel matrimonio tuvo también la segunda perfección en cuanto se refiere a la
educación de la prole» (Santo Tomás, S. Th. III, q. 29, a. 2, in c.).
[19]La escuela de José,
p. 80. Y en otro lugar, dice: «De las narraciones evangélicas se desprende la
gran personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un
hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los
problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con
responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan» (En el taller de
José, n. 40).
[20]En el taller de
José, n. 40. El mismo pensamiento encontramos en De la familia de José, p. 134,
y en San José, nuestro Padre y Señor, pp. 95-96.
[21]Para «garantizar»
mejor la virginidad de santa María algunos apócrifos hablaron de un matrimonio
anterior de José y lo presentaron de edad avanzada. Esta presentación ha
influido poderosamente en el arte (cf. G.M. BERTRAND, en Joseph (saint). II.
Patristique et haut moyen âge, Dictionnaire de Spiritualité, VIII, cit.,
1302-1303). Para el «realismo» y la sencillez de san Josemaría, la imaginación
de esos apócrifos resulta inaceptable. El planteamiento de san Josemaría es muy
parecido al de san Jerónimo en el Adv. Helvidium, 19 (PL 23, 203): es necesario
atenerse sobriamente a los datos que ofrece el Nuevo Testamento.
[22]SAN JOSEMARÍA,
Apuntes de su oración personal ante la Virgen de Guadalupe, 21-V-1970, citado
en J. ECHEVARRÍA, Carta, 1-XII-1996 (AGP, biblioteca, P17, vol. 4, pp.
230-231).
[23]De la familia de
José, p. 134.
[25]La escuela de José,
p. 80.
[26]Tras citar Mt 1,
20, comenta P. GRELOT: «La invitación a no temer tiene lugar en un relato de
vocación: José, el justo, recibe de Dios una llamada a la medida de su justicia
(…) Al tomar consigo a la madre del niño y convertirse en su esposo, José se
convierte al mismo tiempo en responsable de la madre y del hijo ante Dios y
ante los hombres; es su papel especial en el plan de salvación. Su paternidad
real está señalada por el hecho de que él pondrá el nombre al niño; esta será
desde entonces "la palabra de reconocimiento" del padre al hijo» (P.
GRELOT, Joseph (Saint). I. Écriture, Dictionnaire de Spiritualité, VIII, cit.,
1297-1298).
[27]He aquí otra
expresión feliz: «(…) pero José, su esposo, siendo, como era, justo, y no
queriendo infamarla… No, no podía en conciencia. Sufre. Sabe que su esposa es
inmaculada, que es un alma sin mancilla, y no comprende el prodigio que se ha
obrado en ella. Por eso voluit occulte dimittere eam (Mt 1, 19), deliberó
dejarla secretamente. Tiene una vacilación, no sabe qué hacer, pero lo resuelve
de la manera más limpia» (San José, nuestro Padre y Señor, p. 101).
[28]En el taller de
José, n. 42.
[29]SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Mat., Hom. 4, 6: BAC 141, 70. Cf. La escuela de
José, pp. 80-81.
[30]Cf. En el taller de
José, n. 55.
[31]La escuela de José,
p. 81.
[32]En el taller de
José, n. 54.
[36] Homilía En la
epifanía del Señor,6-I-1956, en Es Cristo que pasa, n. 38.
[37]«O felicem virum, beatum Ioseph, cui datum est, Deum, quem multi reges
voluerunt videre et non viderunt, audire et non audierunt; non solum videre et
audire, sed portare, deosculari, vestire et custodire!».
[38]SAN JOSEMARÍA
ESCRIVÁ, En el taller de José, Es Cristo que pasa, n. 39.
[40]SAN JOSEMARÍA
ESCRIVÁ, Notas de una meditación, Roma, 19-III-1968.
[41]CONCILIO VATICANO
II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 34.
[42]De la familia de
José, p. 137.
[43] Don Álvaro
del Portillo se refiere a san Josemaría como nuestro Padre, pues el Opus Dei es
una familia de carácter sobrenatural.
[44]ÁLVARO DEL
PORTILLO, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, p.
161.
Fuente:
http://www.fluvium.org/textos/pedicacion/130319.htm
http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-en-la-solemnidad-de-san-jose
http://www.iglesia.org/index.php?option=com_k2&view=item&id=1576:solemnidad-de-san-jos%C3%A9
http://opusdei.es/es-es/document/san-jose-en-la-vida-cristiana-y-en-las-ensenanzas/
Referencias
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