No seas pesimista. -¿No sabes que todo cuanto sucede o puede
suceder es para bien? -Tu optimismo será necesaria consecuencia de tu
Fe. (Camino, 378)
En medio de las limitaciones inseparables de nuestra situación
presente, porque el pecado habita todavía de algún modo en nosotros, el
cristiano percibe con claridad nueva toda la riqueza de su filiación
divina, cuando se reconoce plenamente libre porque trabaja en las cosas
de su Padre, cuando su alegría se hace constante porque nada es capaz de
destruir su esperanza.
Es en esa hora, además y al mismo tiempo, cuando es capaz de admirar
todas las bellezas y maravillas de la tierra, de apreciar toda la
riqueza y toda la bondad, de amar con toda la entereza y toda la pureza
para las que está hecho el corazón humano. Cuando el dolor ante el
pecado no degenera nunca en un gesto amargo, desesperado o altanero,
porque la compunción y el conocimiento de la humana flaqueza le
encaminan a identificarse de nuevo con las ansias redentoras de Cristo, y
a sentir más hondamente la solidaridad con todos los hombres.
Cuando, en fin, el cristiano experimenta en sí con seguridad la fuerza
del Espíritu Santo, de manera que las propias caídas no le abaten:
porque son una invitación a recomenzar, y a continuar siendo testigo
fiel de Cristo en todas las encrucijadas de la tierra, a pesar de las
miserias personales, que en estos casos suelen ser faltas leves, que
enturbian apenas el alma; y, aunque fuesen graves, acudiendo al
Sacramento de la Penitencia con compunción, se vuelve a la paz de Dios y
a ser de nuevo un buen testigo de sus misericordias.
Tal es, en un resumen breve, que apenas consigue traducir en pobres
palabras humanas, la riqueza de la fe, la vida del cristiano, si se deja
guiar por el Espíritu Santo. (Es Cristo que pasa, 138)
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