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"Soy un hombre de armas, un soldado, scout. Paradójicamente, al único de mi especie que admiro, empuñó solamente la palabra, su técnica fue la humildad, su táctica la paciencia y la estrategia que le dio su mayor victoria fue dejarse clavar en una cruz por aquellos que amaba".

“Espíritu Santo, inspírame lo que debo pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, como debo obrar, para el bien de los hombres, de la iglesia y el triunfo de Jesucristo”.

Desde La Trinchera Del Buen Combate en Argentina. Un Abrazo en Dios y La Patria.

30 de enero de 2013

BENEDICENCIA

“Yo les digo que en el día del juicio los hombres tendrán que dar cuenta hasta de las palabras ociosas que hayan dicho. Por tus palabras serás declarado justo, y por lo que digas vendrá tu condenación”. Sn Mateo 12, 36-37


La benedicencia es un apostolado. Vencer el mal con el bien. 
“Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza.
No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien”
Romanos 12, 20 - 21
La benedicencia (Bien Decir, ahora con el Internet, bien escribir, bien compartir) es una forma de apostolado que todos podemos realizar, es un modo concreto de pasar por el mundo, como Jesucristo, «haciendo el bien» (Hch 10, 38) y de edificar y servir a la Iglesia. ¡Construir Catedrales!

La benedicencia también es contraria al juicio temerario, que admite como verdadero, sin tener motivos suficientes, un defecto moral del prójimo. Los juicios temerarios nos llevan a la sospecha y al alejamiento del prójimo. Es la triste realidad de quien llega a “encasillar” o a catalogar a una persona, viendo más allá de sus actos e interpretando negativamente sus intenciones. Siembra duda, guarda silencios ante la buena fama del hermano, genera inquietud y malestar, roba la paz. 
Muchas veces juzgamos al prójimo atribuyéndole nuestros propios defectos. Sin embargo, el corazón bondadoso busca pensar bien, justificar, perdonar, comprender... y cuando los defectos del prójimo son evidentes, explicarse las causas y no pregonar sus fallas por todos lados. El hombre de Dios tiene presente sus propios defectos, no para juzgar al prójimo, sino para vivir con humildad y siendo apóstoles de lo bueno. No somos nadie para juzgar la conciencia íntima del prójimo. Sólo Dios es el juez. Y, bien sabemos, esto produce paz en el alma. ¡Qué don tan grande es la paz! «Busca la paz, corre tras ella» Sal 34, 15.
Pues bien, un medio muy bueno para conseguir este regalo que Dios nos da, en la paz, es fijarnos en todo lo bueno, tanto en pensamientos como en palabras habladas o escritas.

La benedicencia, no implica ni supone desconocer los errores objetivos del prójimo. Podemos y debemos legítimamente cuidarnos de los peligros que puedan acarrearnos los defectos y vicios ajenos. 
¡Y no proclamarlos, ni hacer eco de ellos, pues se perturba a los que aún no están firmes en la Fe!
Esta cualidad va más en el sentido de comprender las causas, que en el de necesariamente justificar lo que a veces, no lo llega a ser. Y de distinguir lo que sí lo es y que muchas veces no lo justificamos.

En realidad es una virtud que como todas, exige una conquista personal. No se da normalmente de modo espontáneo y natural. Tiene en su origen otro hábito aún más profundo: el pensar bien de nuestro prójimo, estimarlo sinceramente en lo más íntimo de nuestro corazón y en explicarse sus defectos. Esto implica vigilar sobre nuestros pensamientos, combatiendo muy principalmente los prejuicios, fuente de frecuentes y persistentes disensiones, cultivando con esmero la bondad, la comprensión, la afabilidad y la cortesía y, por encima de todo, siendo leales, justos y sinceros en sentimientos y palabras unos para con otros. Cristo supo esperar y comprender a los demás. 
Cristo, encontrando muchos pecadores, los acogió con corazón bondadoso y no justiciero. ¡No difundió los errores de los pecadores!, sino que los acogió con un corazón lleno de comprensión y bondad. ¡Qué conversiones logró con un poco de comprensión!

Y hemos aprendido, muy duramente, que el Internet y las redes sociales mal utilizadas, así como “la lengua, aun siendo un miembro muy pequeño, puede ser fuego que incendie el ambiente o un veneno mortífero (…) no podemos con la misma mente y boca bendecir a Dios y maldecir a los hombres.” 
Santiago 3, 1- 12

“Pon, Yahveh, en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios.
No dejes que tienda mi corazón a cosa mala, a perpetrar acciones criminales en compañía de malhechores, y no guste yo lo que hace sus delicias.
Que el justo me hiera por amor, y me corrija, pero el ungüento del impío jamás lustre mi cabeza, pues me conprometería aún más en sus maldades”
Salmo 141, 3 - 5

San Miguel Arcángel a mi derecha, San Miguel Arcángel a mi izquierda, San Miguel Arcángel delante de mí, San Miguel Arcángel a mis espaldas, San Miguel Arcángel arriba, San Miguel Arcángel abajo: Para que mi pie, mi mente, mi corazón y mi boca no resbalen.
(Añado esta Oración al derredor de nuestros medios e instrumentos de comunicación: Internet, nuestras Computadora, Android, IPad, o IPod etc.)
Cubriendo y sellando con la Preciosa Sangre de Jesús, a mí, a mi familia, a las personas y sus familias, que leerán y comparten lo escrito y publicado, por los Comunicadores Católicos. A nuestras herramientas de trabajo, a las personas que comparten con nosotros y generosamente, escriben para dar Gloria a Dios y Evangelizar. A cada Catequista, Evangelizador, Comunicador y Periodista Católico.
Para que todo lo que escribamos y publiquemos sea sólo para la mayor Gloria de Dios y su Santo Nombre, salvación de las almas y de las propias.

Soy solo el tubo oxidado por donde Dios permite que pase su Gracia, su más insignificante instrumento, arcilla que quiere ser dócil en sus manos de Padre Bueno que nos ama.

La calumnia es un vientecillo, es una brisita asaz gentil, que insensible, sutil, con ligereza, suavemente, comienza, empieza a murmurar.
Queda, a ras de suelo, en voz baja, sibilante, va corriendo, va zumbando, va corriendo, va zumbando; y en oídos de la gente se introduce, se introduce hábilmente y a las cabezas y cerebros, y a las cabezas y cerebros aturde, aturde e hincha.
Una vez fuera de la boca el alboroto va creciendo, adquiere fuerza poco a poco y vuela de un lugar a otro; semeja un trueno, una tempestad que en medio de los bosques va silbando y atronando y de horror, helará.
Al fin se desborda, explota y estalla, se propaga, se redobla y produce una explosión, como un disparo de cañón, como un disparo de cañón.
Un terremoto, un temporal, que hace temblar el aire.
Y el infeliz calumniado, envilecido, aplastado, bajo el azote público podrá considerarse afortunado si muere.
Y el infeliz calumniado, envilecido, aplastado, bajo el azote público podrá considerarse afortunado si muere.
Del Area La calumnia, del Barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini
Juan A. Valdés C.

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