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"Soy un hombre de armas, un soldado, scout. Paradójicamente, al único de mi especie que admiro, empuñó solamente la palabra, su técnica fue la humildad, su táctica la paciencia y la estrategia que le dio su mayor victoria fue dejarse clavar en una cruz por aquellos que amaba".

“Espíritu Santo, inspírame lo que debo pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, como debo obrar, para el bien de los hombres, de la iglesia y el triunfo de Jesucristo”.

Desde La Trinchera Del Buen Combate en Argentina. Un Abrazo en Dios y La Patria.

8 de julio de 2012

LOS ÁNGELES SON NUESTROS GRANDES ALIADOS; LES DEBEMOS MUCHO

Cada uno de nosotros tiene su ángel custodio, amigo fidelísimo durante las veinticuatro horas del día, desde la concepción hasta la muerte. Nos protege incesantemente el alma y el cuerpo; nosotros, en general, ni siquiera pensamos en ello.

Sabemos que incluso las naciones tienen su ángel particular y probablemente esto ocurre también para cada comunidad, quizá para la misma familia, aunque no tenemos certeza de esto. Pero sabemos que los ángeles son numerosísimos y deseosos de hacernos el bien mucho más de cuanto los demonios tratan de perjudicarnos.
Las Escrituras nos hablan a menudo de los ángeles por las varias misiones que el Señor les confía. Conocemos el nombre del príncipe de los ángeles, san Miguel: también entre los ángeles existe una jerarquía basada en el amor y regida por aquel influjo divino «en cuya voluntad está nuestra paz», como diría Dante. Conocemos asimismo los nombres de otros dos arcángeles: Gabriel y Rafael. Un apócrifo añade un cuarto nombre: Uriel.
También de las Escrituras tomamos la subdivisión de los ángeles en nueve coros: dominaciones, potestades, tronos, principados, virtudes, ángeles, arcángeles, querubines y serafines.
El creyente sabe que vive en presencia de la Santísima Trinidad, es más, que la tiene dentro de sí; sabe que es continuamente asistido por una madre que es la misma Madre de Dios; sabe que puede contar siempre con la ayuda de los ángeles y los santos; ¿cómo puede sentirse solo, o abandonado, o bien oprimido por el mal? 


En el creyente hay espacio para el dolor, porque ése es el camino de la cruz que nos salva; pero no hay
espacio para la tristeza. Y está siempre dispuesto a dar testimonio a quienquiera que le interrogue sobre la esperanza que le sostiene (cf. 1 Pe. 3, 15).
Muchos de nosotros recordamos cómo, antes de la reforma litúrgica debida al Concilio Vaticano II, el celebrante y los fíeles se arrodillaban al final de la misa para rezar una oración a la Virgen y otra a san Miguel
arcángel. 

Reproducimos aquí el texto de esta última, porque es una hermosa plegaria que todos pueden rezar con provecho:
San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla; contra las maldades y las insidias del diablo sé nuestra ayuda. Te lo rogamos suplicantes: ¡que el Señor lo ordene! Y tú, príncipe de las milicias celestiales, con el poder que te viene de Dios, vuelve a lanzar al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para perdición de las almas.


¿Cómo nació esta oración? Transcribo lo publicado por la revista
Ephemerides Liturgicae en 1955 (pp. 58-59).
El padre Domenico Pechenino escribe: «No recuerdo el año exacto. Una mañana el Sumo Pontífice León XIII había celebrado la santa misa y estaba asistiendo a otra, de agradecimiento, como era habitual. De pronto, le vi levantar enérgicamente la cabeza y luego mirar algo por encima del celebrante. Miraba fijamente, sin parpadear, pero con un aire de terror y de maravilla, demudado. Algo extraño, grande, le ocurría.
»Finalmente, como volviendo en sí, con un ligero pero enérgico ademán, se levanta. Se le ve encaminarse hacia su despacho privado. Los familiares le siguen con premura y ansiedad. Le dicen en voz baja: "Santo Padre, ¿no se siente bien? ¿Necesita algo?" Responde: "Nada, nada." 
Al cabo de media hora hace llamar al secretario de la Congregación de Ritos y, dándole un folio, le manda imprimirlo y enviarlo a todos los obispos diocesanos del mundo. ¿Qué contenía? La oración que rezamos al final de la misa junto con el pueblo, con la súplica a María y la encendida invocación al príncipe de las milicias celestiales, implorando a Dios que vuelva a lanzar a Satanás al infierno.
»vagan por el mundo para perdición de las almas" tiene una explicación histórica, que nos fue referida varias veces por su secretario particular, monseñor Rinaldo Angeli. 
León XIII experimentó verdaderamente la visión de los espíritus infernales que se concentraban sobre la Ciudad Eterna (Roma); de esa experiencia surgió la oración que  quiso hacer rezar en toda la Iglesia. Él la rezaba con voz vibrante y potente: la oímos muchas veces en la basílica vaticana. No sólo esto, sino que escribió de su puño y letra un exorcismo especial contenido en el Ritual romano (edición de 1954, tít. XII, c. III, pp. 863 y ss.). 
Él recomendaba a los obispos y los sacerdotes que rezaran a menudo ese exorcismo en  sus diócesis y parroquias. 

Él, por su parte, lo rezaba con mucha frecuencia a lo largo del día".
..los ángeles tendrán un aumento de gloria por el bien que nos hacen; por eso es muy útil invocarlos !!

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