Autor: P. Tony Anatrella | Fuente: vatican.va
Los jóvenes y las nuevas influencias ideológicas
El rechazo de reconocer la herencia religiosa y cristiana como una de las bases del desarrollo de la civilización es el testimonio de esta laicización que no respeta la dimensión religiosa de la existencia humana
Los jóvenes y las nuevas influencias ideológicas
El derrumbe de las ideologías políticas en provecho del liberalismo de la sociedad de consumo y del crecimiento del individualismo, han favorecido el menosprecio respecto a la actividad política y del sistema de representación democrática. Los grandes desafíos sociales han sido reemplazados por las reivindicaciones subjetivas y sectoriales.
Por otro lado se nota que la actividad política pierde crédito ante los ojos de las jóvenes generaciones cuando ya no es capaz de perseguir el interés general. La valorización del matrimonio, la familia compuesta de un hombre y una mujer con sus hijos, la escuela y la educación, la formación al sentido de la ley civil y moral, la inserción social y profesional de las nuevas generaciones, la calidad del ambiente, el sentido de la justicia y la paz, son algunos de los proyectos que hay que sostener para despertar el interés de los jóvenes en la vida política. Examinemos ahora la influencia que algunas tendencias ideológicas ejercen sobre los jóvenes.
Como ya hemos dicho, nuestra sociedad está actualmente influenciada por la confusión sexual. La teoría del gender deja entender que la diferencia sexual, o sea el hecho de ser un hombre o una mujer, es de una importancia secundaria a la hora de fundar el vínculo social y las relaciones afectivas que se contraen en le matrimonio y que contribuyen a crear una familia. Según esta teoría se debería, por el contrario, privilegiar y reconocer el género sexual, que ya no depende del género masculino o femenino, sino aquél que cada uno se construye subjetivamente y que se orienta hacia la heterosexualidad, la homosexualidad, la transexualidad. Así se podrá hablar de pareja y de familia heterosexual u homosexual, dicho de otra manera, la diferencia sexual se sustituiría por la diferencia de la sexualidad.
La teoría del gender está ampliamente difundida por la Comisión de las Poblaciones de la ONU y del Parlamento europeo para obligar a los países a que modifiquen su legislación para que reconozcan, por ejemplo, la unión homosexual o la "homogenitorialidad" mediante la adopción. Esta nueva ideología representa una verdadera manipulación semántica porque aplica la noción de pareja y de ser padres a la homosexualidad, mientras que la pareja implica la asimetría sexual y se basa sólo en la relación entre un hombre y una mujer. Además la homosexualidad no puede estar en el origen del matrimonio y del ser padres y carece de cualquier valor social. En cuanto a la problemática individual, aquélla no puede ser una norma social reconocida como valor a partir de la cual se eduque a los hijos.
La educación tiene que tener como meta la renovación de una civilización fundada en la pareja formada por un hombre y una mujer. No en vano la Biblia comienza con la existencia de una pareja cuya relación es a imagen de la relación de Dios con la humanidad. Tenemos que abrirnos a una cultura de la alianza para no caer en el torbellino de una lucha de poderes entre los sexos.
La sociedad del mercado y liberalismo
La mayor parte de los jóvenes es esclavo de las normas de la sociedad del mercado; la publicidad exige ampliamente la satisfacción de los deseos inmediatos. La organización política de la sociedad reposa en la mentalidad mercantilista, que transforma a los ciudadanos en consumidores. Las reglas económicas reemplazan las reglas morales, dictan leyes e imponen su sistema de referencia y de valoración en todos los campos de la existencia con el consenso del poder político: la educación, la enseñanza, la salud, el trabajo, la vejez son regulados según las normas económicas en detrimento de los valores de la vida. Al centro de este mecanismo no están la persona y el bien común, sino el costo y el beneficio. La dictadura del dinero y de la economía construye, a través de la publicidad, una visión de la existencia en la que aquello que no rinde no debe existir, lo que contribuye a alterar el sentido de la persona humana, del vínculo social y del bien común.
Laicización y exclusión de lo religioso
El cristianismo está al inicio de la noción que distingue el poder religioso del poder temporal. En el curso de la Historia, aunque hayan existido momentos de confusión, el poder político a menudo a querido dictar leyes a la Iglesia, interviniendo, por ejemplo, en las decisiones de los concilios. No es tanto el poder religioso el que ha querido extender la propia influencia sobre el poder temporal, aunque en alguna sociedad la Iglesia a veces ha tenido que organizar la vida de la sociedad antes de devolverle el poder a aquel que debía ejercerlo; pero es el poder político el que a menudo se ha mostrado celoso del poder religioso, vigilándolo, encuadrándolo, poniéndolo en duda e incluso neutralizándolo.
La laicización, cuando supera el ámbito de la diferenciación de los poderes, pone varios problemas e influye en concepción de la dimensión religiosa inherente a la existencia. La laicización así se ha desarrollado en oposición al papel y a la influencia de la Iglesia: se debía excluir lo religioso del campo social, relegándolo a una cuestión privada dependiente de la conciencia individual; esta era la manera de mutilar a la Iglesia. Es un fenómeno que ha continuado con la laicización de la moral, separada de los principios universales que pueden ser descubiertos por la razón, para confundirla con la ley civil votada democráticamente. Así la legalidad ha sustituido la moralidad creando confusión en las conciencias de muchos jóvenes, de modo que llegan a creer que aquello que es legal tiene también un valor moral. La ley civil, al contrario, no dice qué cosa es moral: organiza sólo la vida de la sociedad, pero esta organización o reglamentación mediante los derechos y los deberes de los ciudadanos sólo se pueden fundar sobre los principios que respeten la dignidad de la persona humana y los valores de la vida[10] que trascienden todas las leyes.
Después de haber laicizado a la sociedad y la moral, le toca ahora a la religión de ser laicizada. La vida espiritual se confunde con la vida intelectual y poética, la Biblia es traducida por no-creyentes y por escritores de diferentes corrientes de opinión, mientras se va promoviendo una lectura laica de los Evangelios. El Papa Juan Pablo II a menudo ha subrayado el modo contradictorio en el que se aborda la Biblia: "...el hombre de hoy, defraudado por numerosas respuestas insatisfactorias a los interrogantes fundamentales de la vida, parece abrirse a la voz que proviene de la Trascendencia y se expresa en el mensaje bíblico. Pero, al mismo tiempo, se muestra cada vez más refractario a la exigencia de comportamientos en armonía con los valores que la Iglesia presenta desde siempre como fundados en el Evangelio. Se producen entonces intentos muy variados de separar la revelación bíblica de las propuestas de vida más comprometedoras".[11] Por ello la palabra de Dios se trasladaría a un discurso mundano, al unísono con las costumbres y a la inteligencia religiosa, reducida al mínimo denominador común en nombre de la "modernidad" y de una "religión moderada". Serían, por lo tanto, los cánones imperantes en una sociedad los que deberían regular la religión y sobre todo la fe cristiana: visión que consiste en eliminar del campo social la dimensión religiosa y las exigencias que derivan de ella.
El rechazo de reconocer la herencia religiosa y cristiana como una de las bases del desarrollo de la civilización en Europa y en el mundo occidental, como también en otras zonas culturales, es el testimonio de esta laicización rampante. La laicización así concebida no respeta la dimensión religiosa de la existencia humana. Los que sostienen este orden de cosas son los primeros en reconocer la libertad de la fe, que según ellos depende únicamente de la vida privada, pero que rechazan aceptar la realidad religiosa y el derecho a la religión, que implica una dimensión social e institucional, mientras que es importante que el poder religioso, en cuanto a institución, pueda estar representado en el concierto europeo y de las naciones al servicio del bien común y de los intereses superiores de la conciencia humana. Dios no puede estar ausente del campo social.
Las jóvenes generaciones necesitan ser educadas hacia una dimensión social e institucional de la religión cristiana; lo que no necesitan es experimentar la Iglesia como un grupo puramente intimista e individual.
Roma, 10-13 de abril 2003
P. Tony Anatrella
Psicoanalista, Especialista en Psiquiatría Social
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