El sufrimiento y muerte de los católicos en la Vendée no fue en vano. Ellos lograron una gloriosa victoria, ya que finalmente, a causa del heroísmo que mostraron, la persecución anti-católica de 1790 fracasó. La Iglesia en Francia fue supuestamente erradicada. Sin embargo, ella tomó nueva vida. Como decía Tertuliano, “la sangre de mártires es la semilla de la Iglesia”. En 1801, cuando Napoleón concedió la libertad de culto a todos los católicos de Francia, aquello fue visto como la victoria de la Vendée.Estos dos libros de Michael Davies y Reynald Secher se complementan mutuamente. “Por el Altar y el Trono” de Davies es una introducción a esta épica historia, una visión general. Es un vistazo, un relato emocionante de la heroica resistencia católica de 1793 y del posterior genocidio. Davies tomando una amplia perspectiva, muestra las evidencias basado en sólidas y bien documentadas historias publicadas en Francés e Inglés. “El Genocidio Francés” de Secher es una detallada, y cercana descripción de los eventos, basado en los testimonios “ricamente e insospechados” de falsedad de los archivos nacionales, departamentales y comunales de Francia. Secher los obtiene de los testimonios de los campesinos católicos y de los informes de los oficiales encargados del genocidio; él muestra con mapas y gráficos de cómo muchos murieron y cuántas propiedades fueron destruidas en cada localidad.
El impacto de estas dos obras es abrumador. Los historiadores han dejado al margen o minimizado este genocidio, a veces (como sucede con Michelet) hasta han culpado a las víctimas. ¿Por qué? Porque esto no encaja con el mito ateo – de que los católicos son los perseguidores, mientras que los ateos y liberales son los tolerantes. La historia del genocidio Vandeano es incluso muy necesaria para corregir el interminable vitoreo ofrecido desde 1989 por causa del bicentenario de la Revolución Francesa. Hubo una horrible cara oculta de la Revolución, un corazón tenebroso.
A fines del 1790 los sacerdotes fueron forzados incluso a tomar juramento de adhesión a la nueva “Constitución Civil del Clero” bajo la amenaza de si no, perder su trabajo y salario. A comienzos de 1791, 134 obispos franceses condenaron esta “Constitución Civil” y el Papa Pío VI la declaró herética. El anti-catolicismo en París ignoró esto y mantuvo la medida: En agosto de 1792 una nueva ley ordenó que los sacerdotes que mantenían su rechazo al juramento fuesen deportados, y en mayo de 1793 otra ley condenaba a muerte a aquellos sacerdotes deportados que todavía estaban en Francia. De esta manera, la ley se convirtió en un arma para destruir el orden sagrado del sacerdocio y a la Iglesia Católica.
La resistencia a esta persecución estalló en agosto de 1972 cuando 600 campesinos Vandeanos blandiendo herramientas agrícolas intentaron detener a la Guardia Nacional que quería desalojar a las monjas de sus conventos. La mayoría de los campesinos murieron caballerosamente. Ahora, aquellos hombres habían aceptado con beneplácito la Revolución de 1789, hasta que se dieron cuenta del visceral y apasionado anti-catolicismo dirigido por las leyes ateas. Michael Davies plantea la cuestión de por qué la resistencia comenzó en la Vendée, debido a que el más ferviente catolicismo residía en aquella parte de Francia – una región de 12.000 kilómetros cuadrados que incluye parte de Anjou,Brittany, y Poitou. Él responde que justamente es ésa la región donde San Luis María Grignion de Montfort misionó y evangelizó y donde estableció su orden religiosa. Es revelador que los Vandeanos llevaban en sus pechos la insignia roja del Sagrado Corazón introducida por San Luis de Montfort. Sus enemigos los llamaban con desprecio de “soldados de Jesús”.Cuando la Asamblea Nacional reemplazó a los sacerdotes heroicos que se habían rehusado a jurar la “constitución civil del clero”, los campesinos Vendeanos se negaban rotundamente a ir a la iglesia. Los padres de niños recién nacidos tuvieron que marchar a punta de pistola para ir a bautizarlos a las pilas bautismales. Secher relata una conmovedora anécdota que revela la profundidad de la adhesión que los campesinos tenían a los verdaderos pastores. Un domingo, enSaint-Hilaire-de-Mortagne, un sargento encontró a unos feligreses arrodillados en silencio en el cementerio porque su iglesia había sido cerrada. El sargento le preguntó a un viejo campesino qué era lo que estaban haciendo ahí, y el campesino explicó: “Cuando nuestro cura nos dejó, nos prometió que todos los domingos a esta misma hora diría la Misa por nosotros donde sea que se encontrase”. El sargento reaccionó con desprecio: “¡Imbéciles supersticiosos!” creen que escucharán la Misa desde el lugar en que él esté”. El anciano respondió dócilmente: “La oración viaja más de cien leguas, desde ya que asciende desde la tierra al cielo”.
Muchos de los sacerdotes Vendeanos que se habían rehusado jurar retornaron a sus ciudades natales y vivieron en la clandestinidad entre sus parientes y amigos. Ellos decían Misa en graneros, en áticos o en bodegas. Ellos tenían un precio sobre sus cabezas, pero confiaban en la protección de los campesinos. En virtud a una ley aprobada en agosto de 1792, fueron ofrecidas 50 libras como recompensa por la captura de algún sacerdote no juramentado. Los municipios podían incrementar la recompensa a 100 libras.
Lo que finalmente desencadenó una resistencia generalizada entre los campesinos católicos de la Vendée fue que la Asamblea nacional ordenó a comienzos de 1793 que 300.000 hombres fueran reclutados para el ejército nacional. Esto fue el colmo – los obligaron a unirse a las tropas para que fueran a la caza de sus sacerdotes.Una ilustración de Thomas Brennan puesta en el libro de Davies muestra la bravura y garbo de los líderes católicos. Ellos eran unos caballeros. El Marqués de Bonchamps, por ejemplo, pidió como último deseo antes de morir a los 33 años, que fuesen liberados los soldados gubernamentales que habían sido capturados. Cerca de 5.000 prisioneros fueron liberados, mientras que por el lado del gobierno, 29 carros de prisioneros católicos fueron ahogados en el depósito de Vihiers. Era difícil para el ejército católico acatar un código de honra frente a las incesantes atrocidades de sus enemigos. Los prisioneros liberados porBonchamps devastaron La Chapelle, donde habitaban en aquél entonces ancianos, mujeres y niños.
Entre las muchas atrocidades cometidas contra los católicos Vendeanos se encuentra la masacre de un hospital cerca de Yzernay, donde 2.000 soldados heridos, ancianos, mujeres y niños fueron masacrados. Una Capilla para honrar a esos mártires fue levantada en el lugar. Hubo también la masacre de 6.000 prisioneros católicos, muchos de ellos mujeres, después de la batalla deSavenay. También están los Mártires de Avrillé, la mitad de ellos mujeres – recientemente beatificados por Juan PabloII – quienes fueron sacados de la ciudad en lotes de 400, 50 fueron puesto en línea frente a una zanja y fueron fusilados. También fueron ahogados 5.000 en el río Loiraen Nantes – sacerdotes, ancianos, mujeres y niños. Y 3.000 mujeres católicas fueron asesinadas ahogándolas en Pont-au-Baux. Los ahogamientos se transformaron en entrenamiento para los soldados. A los ahogamientos les pusieron nombres burlescos como “matrimonios republicanos” donde jóvenes y jovencitas católicos fueron atados desnudos de a dos y lanzados al agua. También lo llamaban “deportación vertical en la bañera nacional” y “bautismo patriótico”.El genocidio de los católicos Vendeanos no puede ser registrado como hecho por un ejército que se volvió loco. Fue un programa de aniquilación ordenado por los líderes del ateísmo dogmático. La Convención Nacional tomó la fría decisión de que los católicos Vendeanos “deben ser exterminados de la faz de la tierra”. Ordenaron a las tropas nacionales a dividirse en columnas y marchar a través de la región oeste de Francia destruyendo a todos y a todo – ancianos, mujeres y niños, incluso a los “patriotas” (así denominaron los revolucionarios gubernamentales a aquellos que en la Vendée se les opusieron) quienes incluso imaginaban que estarían a salvo mostrando sus certificados de lealtad otorgados por el gobierno. La región se transformó en un cementerio nacional que sirve como lección para todos los católicos en Francia. Ninguna persona, ninguna propiedad fue perdonada. Incluso los bosques intentaron incendiarlos. Esto no ocurrió debido a la incesante lluvia.
Hace unos años se realizó una conferencia sobre la Sociedad del Siglo XVIII, escuché a una mujer decir al público citando una máxima de los filósofos franceses de ese siglo: “Los hombres finalmente serán libres cuando el último sacerdote sea estrangulado con las tripas del último de los príncipes”. En dicha ocasión, le pregunté a ella por qué citaba eso como dándole su aprobación, cuando era obviamente una muestra del anti-catolicismo intolerante. Ella negó rotundamente que aquello era fanatismo intolerante. Incluso argumentó que aquello era una respuesta legítima frente a la tiranía católica. Más aun, ella hizo oídos sordos antes otros argumentos. Esto es un ejemplo, si necesario fuese, del dogmatismo anti-católico que prevalece en las universidades de hoy. Desde no hay príncipes que proporcionen entrañas para el entrenamiento de los ateos dogmáticos, les queda sólo estrangular al sacerdocio católico de otra manera.







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