Gracias a Dios, La Patria y mi Ejército, tuve la suerte de participar en tres misiones de Paz con estas características: un año en Mozambique, dos años en Dinamarca y un año en Haití. En los tres casos con sus grandes diferencias y con sus particularidades, hubo un patrón común: ”La dificultad para contar con el apoyo de un sacerdote” o simplemente un amigo que me de su tiempo, su visión desinteresada sobre las situaciones que me tocaban vivir y además la reserva, el desinterés y la sabiduría necesarias para brindarme una palabra apropiada.
Estas misiones bien encaminadas y guiadas pueden constituir para quien participa de ellas, una especie de retiro de larga duración en donde el alma, a la par del dolor y sufrimiento que ve, se encuentra proclive a un gran cambio en el que la Palabra de Dios puede dar sentido a lo que vive y así producir una verdadera conversión o gran crecimiento y maduración.
Es esta una oportunidad inmejorable para el Capellán, en la que puede llegar a la fibra más íntima de cada hombre, ponerlo de cara a Dios y llevarlo a repensar muchas cosas en su vida, profesional y personal.
Pasados unos meses, con la palabra y guía del sacerdote en la confesión o la charla sobre la Fe y los acontecimientos que vive , verá que han surgido propósitos que con la compañía del pastor ira concretando, evitando que caigan en el olvido cuando otra vez lo envuelva la rutina , a la vuelta a casa.
Muchas circunstancias en una Misión de Paz son propicias para crear en los hombres hábitos buenos, iniciarlos en la piedad, como en la oración personal, concurrir a misa diariamente y comulgar, confesarse con más frecuencia, etc., Esto sólo es posible con la presencia de un Capellán bien dispuesto para su misión siendo todo ello facilitado por la situación que se vive, la que hará al hombre más dócil a la acción de la Gracia.
La confesión, la Santa Misa y la dirección espiritual son extremadamente difíciles de concretar sin un Capellán y mucho más si se tiene en cuenta que es muy difícil recurrir a los sacerdotes locales, salvo que se sorteen innumerables obstáculos como la lengua nativa, dialectos, horarios, duración de las misas, lugares poco seguros y alejados, cumplimiento de misiones en lugares aislados, etc.
Cierta vez en Haití quería confesarme; en ese momento, con certeza, era yo el único Militar Argentino en la isla, mi problema no era el inglés ya que lo hablo correctamente, sino encontrar un sacerdote que lo hable; así luego de peregrinar durante dos días llegué al Obispo de Puerto Príncipe, quien al verme en su puerta me dijo que no quería saber nada con militares y que me fuera, pero cuando entendió que lo que buscaba era confesión y una misa mensual para los miembros de la misión de habla hispana, me abrazó con toda cordialidad, pude confesarme y me fui muy feliz. Desde mi examen hasta la confesión habían pasado muchos días, y muchas vueltas alrededor de la ciudad.
También en estas situaciones, la cercanía a tanta pobreza, la muerte, enfermedades, etc., hacen que el hombre reflexione sobre las verdades eternas, el sentido de su vida, qué está haciendo mal y que debe corregir, etc. No es necesario explicar lo importante que es el Capellán en ese momento para iluminar sus pensamientos desde la Fe, darle fundamentos, doctrina y sacar buenos propósitos de todas sus reflexiones y arrepentimientos. Algunas veces ayudará a desenmascarar el fantasma de la desesperanza.
También sucede lo contrario, me refiero a aquel soldado que ante el cambio de situación pierde el camino y como si tuviera una doble personalidad explota en un abandono total de sus creencias, su vida familiar, etc; más grave aún cuando arriesga la salud de su familia volviendo a casa con alguna enfermedad que contrajo como producto de su desenfreno. Allí también el Capellán está para aconsejar, serenar el ánimo de los más jóvenes con su labor persistente cada domingo o en cada oportunidad que se presente.
Una misión sin Capellán es como un barco en un arrecife sin un faro que permanentemente ilumine, recuerde a los hombres su Fe, sus creencias, de dónde vienen, para qué y por qué están allí, etc. En parte solo su presencia cumple esta función, el capellán siempre es un signo de Dios.
Quizás alguien pueda decir, cómodamente sentado desde su lugar, que es lo suficientemente fuerte y formado como para no claudicar, para no entibiarse o para que la pereza y la rutina no hagan mella en su alma sin necesidad de un Capellán y todo lo que el apoyo de su figura representa; pues a eso, yo digo, primero, que tenemos los pies de barro, que la Gracia nunca nos faltará sólo si se buscan los medios que ordinariamente dispone para sostenernos y que aquellos años de misión repetí incansablemente: Señor, yo confío en ti pero no confíes en mi. El Capellán es en esos momentos un regalo del cielo que sólo apreciamos cuando no lo tenemos.
Uno comprende la importancia de rogar a Dios para que nos dé muchas vocaciones de sacerdotes capellanes militares, ellos deberían saber cuánta paz y tranquilidad nos da darnos vuelta en la fila de embarque al avión y ver que el Capellán está allí con nosotros; divisarlo de lejos en la patrulla que llega al campamento base o verlo despedir la patrulla que se va.
Aún conservo la estampa que me diera el primer Capellán Argentino en Haití luego de su primera misa en esa tierra; momentos que allí pasan quizás desapercibidos, pero que por una especial disposición del alma jamás se olvidarán.
Estoy convencido que no hay campo más propicio para el apostolado que estas misiones, es allí donde necesitamos nuestros capellanes cuando el servicio así lo requiera, además de su invalorable labor diaria a lo largo y ancho de la Patria.
En la misión se espera de ellos que sean muy activos, adelantándose y acompañando al Jefe, sugiriendo actividades de todo tipo para llevar a los hombres del contingente la palabra de Cristo allí donde se encuentren; no siempre estarán todos reunidos y habrá que sacrificar tiempo y quizás arriesgar la salud para acompañar a los que están lejos. Es probable que no todos sean creyentes, pero todos agradecerán el testimonio de su fe y la buena disposición en lo humano.
También es importante considerar que en una misión de estas características, en lugares en donde hay tantas carencias y precariedades, muy frecuentemente, terremotos, inundaciones huracanes, sequías, frío y calor extremos, transforman el medio en que se desarrolla la misión en una verdadera tragedia humana llegando a un grado inimaginable. Allí es donde también el Capellán más que nunca es el que ayuda a reparar las heridas del alma mitigando el dolor y fortaleciendo el espíritu de los hombres mediante los sacramentos para que unidos a Cristo entiendan y lleven con garbo esa Cruz.
Cuando la misión es de un año está allí, frente a cada hombre un ciclo de su vida completo: cumpleaños, aniversarios, pascuas, navidad, etc., y deberá el Capellán estar atento a cada uno de ellos para hacer que las ausencias, la misión y la Fe adquieran un sentido trascendente para la vida (Es la hora de recordar el valor de los ofrecimientos de obras, de la expiación, de revalorizar o descubrir, de hacernos propósitos)
Muchas veces entre los sacerdotes locales encontré verdaderos santos como el Padre Dominique en Haití, o un sacerdote portugués en Mozambique, quienes me asistieron en circunstancias muy difíciles con mucha dedicación y afecto; es en estos casos una excelente oportunidad para quienes por primera vez han traspuesto nuestras fronteras, de poder ver las maravillas de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, fundada por Cristo, la comunión de los santos, etc., y es bueno también que el Capellán haga ver a sus hombres estas cosas planificando alguna actividad con la iglesia local si fuera posible. Sería una verdadera clase práctica de Fe.
El terremoto que dejara en Haití las espantosas consecuencias que antes referíamos ha sido un doble desafío para los soldados dela Paz, como lo fue el huracán Katrina. Entonces y ahora, ellos debieron sobreponerse a sus propias necesidades y perplejidad para cumplir con lo que era su misión, siendo la Fe en Dios y el amor al prójimo el motor de todas sus acciones cada día en medio de esa tragedia. Entonces y ahora ellos contaron con el apoyo espiritual y la presencia física de un Capellán Argentino regularmente se integra al contingente cada misión.
Es muy importante que el Capellán prepare también a sus hombres para la vuelta a casa; es, salvando las distancias, como el último día de un retiro cuando la calle puede en un segundo hacer trizas los mejores propósitos. La experiencia indica la conveniencia de que se los anime a anotar sus propósitos, sus promesas al Señor o a la Virgen como una forma de que no queden en el olvido y periódicamente recomenzar la lucha en estos puntos.
Siempre he dicho y le repito a mis subordinados que de una misión en donde se ve tanto dolor y tanto sufrimiento no se vuelve siendo el mismo y esto, en gran medida, está en manos de nuestros capellanes para que ese tiempo vivido sea para Dios cumpliendo fielmente la misión y que realmente deje pozo y huella en el alma de los soldados.
Desde la Capellanía Mayor del Ejército se impulsa a los sacerdotes auxiliares y capellanes de los institutos y unidades militares, al acompañamiento cercano del personal para dar apoyo y respuesta a las necesidades anímicas, espirituales y existenciales de quienes los soliciten.
http://virgenmadreygeneraladelamerced.blogspot.com.ar/p/en-el-ejercito-argentino.html
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